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Comentario del libro El Seminario de la Ética a través del cine

A cargo de Lila Isacovich. Realizado el 22/9/2017.

Podemos empezar por el párrafo final del libro: “Uno puede explicar teóricamente la diferencia entre haber cedido en el deseo y el “deseo decidido” como toma de decisión por parte de un sujeto de si quiere o no ese deseo que emerge y lo interpela. El cine, en cambio, logra hacernos pasar como espectadores por esa situación dilemática y sentir el malestar de una elección ruinosa. Y permitirnos además analizarla. De ahí su especial valor como recurso para pensar situaciones dilemáticas y propiciar una lectura ético-clínica.”

Allí radica el valor del trabajo que se tomaron ambos analistas cinéfilos en este libro que no solo ofrece comentarios de los films citados en el Seminario de la Ética, sino también de otras películas y series cuidadosamente elegidas por su valor ejemplar relativo a los problemas éticos que plantea Lacan. El recorrido se posa en los films Nunca en domingo de Jules Dassin, La dolce vita de Federico Fellini, el personaje de Harpo Marxde los Hermanos Marx, Monsier Verdoux de Charles Chaplin, Decálogo de Krzysztof Kieślowski, Un lugar bajo el sol de George Stevens, Match point de Woody Allen, Breaking bad de Vince Gilligan, Rope de Alfred Hitchcock, Julieta de Pedro Almodóvar y Sideways de Alexander Payne. Trabajo original, fecundo, y preocupado por las coordenadas existenciales con las que se confronta todo sujeto, en línea con la investigación que vienen realizando en el contexto de la Cátedra I de Psicología, Ética y Derechos Humanos de la Facultad de Psicología de la UBA, desde hace más de veinte años y a través de numerosos títulos ya publicados por cada autor. Pero esta vez, escribiendo juntos, lo que me hizo recordar la respuesta de Borges, cuando le preguntaron cómo hacían para escribir con Bioy Casares. “Muy simple: somos solo uno”, contestó.

Haré un breve comentario tomando párrafos textuales del libro que incluyen también las citas centrales del Seminario de Lacan, encomilladas y en cursiva. Y al final interrogaciones propias sobre estos ejes para conversar con los autores.

Lacan introduce por primera vez en su Seminario una mención al cine con La cabeza contra las paredes, un film de Georges Franju, a propósito del carácter incólume y axiomático de la Ley moral que hace que se vuelva imposible trastocar la idea de Soberano Bien en que se sostiene a nivel social, cuya verdad oculta es la Cosa mortificante e incestuosa.  En el Seminario de La ética Lacan ubica el das Ding freudiano en el centro del campo del goce como un vacío interdicto fuera de sentido, que en el encuentro originario con el primer Otro, es aislado por el sujeto como exterior íntimo, una “extimidad”. Cosa hostil en torno de la cual se organiza el andar del sujeto. Das Ding como real, es la falta en ser del sujeto en el encuentro con la falta del Otro. P. 22

El otro se presenta así, bajo dos aspectos: uno que puede reconocerse y simbolizarse y lo vuelve semejante, y otro aspecto irrepresentable, su goce, das Ding. En la búsqueda del Otro absoluto, lo que el sujeto encuentra son sus circuitos de goce en torno de la Cosa ausente. Los mandamientos regulan y preservan la distancia del sujeto con das Ding, condición de la subsistencia de la palabra y del deseo, mientras que el acto cambia las mismísimas coordenadas de lo que es posible y así crea retroactivamente sus propias condiciones de posibilidad.

Tema central del Seminario y alrededor del cual giran los films seleccionados.

A lo largo del libro hay preguntas que se retoman una y otra vez a propósito de las alternativas que se les plantean a los diferentes personajes y que son las mismas que Lacan sostiene en su Seminario: ¿has actuado conforme al deseo que te habita? ¿quieres  lo que desea en ti? Y propone que “de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo.” Se opone así a la ética tradicional, basada en el servicio de los bienes y la moral del poder, que conducen a la degradación del deseo, la temperancia y el sacrificio a favor del Otro. “Si hay que hacer las cosas por el bien, uno en la práctica tiene que preguntarse por el bien de quién.”

“No hay otro bien más que el que puede servir para pagar el precio del acceso al deseo”. “Hacer las cosas en nombre del bien y, más aún, en nombre del bien del otro, está muy lejos de ponernos al abrigo, no solo de la culpa, sino que de toda suerte de catástrofes interiores. En particular, no nos pone ciertamente al abrigo de la neurosis y sus consecuencias”. Y una vez que el sujeto se traiciona -por los buenos motivos morales-, queda arrojado al servicio de los bienes, no pudiendo volver a encontrar la verdad que lo empuja en ese servicio. Al mismo tiempo, el deseo insiste haciéndole saber que está en deuda con eso que ha rechazado, alimentando así la culpa. Nota 48, p. 88

“…el deseo no es más que lo que sostiene el tema inconsciente, la articulación propia de lo que nos hace arraigarnos en un destino particular, el cual exige con insistencia que la deuda sea pagada y vuelve, retorna, nos remite siempre a cierto surco, al surco de lo que es propiamente nuestro asunto.” Nota 49, p. 89

Si “Dios es inconsciente”, nos interpela en el punto de la responsabilidad subjetiva, en la relación del acto con el deseo que nos habita.

El determinismo del inconsciente para Freud no excluye la responsabilidad del sujeto respecto de aquello que, más allá de la conciencia, lo habita. Si, como postula Lacan, el estatuto del inconsciente es ético, es porque el sujeto cuenta siempre con un margen de elección indeterminado en el centro de una estructura simbólica que lo determina. Elección que no es azar, y de la cual se desprenden consecuencias incalculables. “De nuestra posición de sujetos somos siempre responsables” señalaba Lacan. ¿Qué es entonces la responsabilidad? Reconocer en ella la fuerza de un deseo; y la culpa, es su ominoso reverso, cuando se ha traicionado el deseo.

La ética del deseo que Lacan plantea no es la ética de la transgresión, sino la de ir más allá del principio del placer…para realizar el deseo en actos en el mundo, lo que lleva trabajo, riesgos y responsabilidades.” P. 100.

“¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita?”

El estatuto ético de lo Icc que Lacan plantea en el Seminario de la Ética da lugar a esa pregunta que “consistió en tomar lo que llamé la perspectiva del Juicio Final… la relación de la acción con el deseo que la habita” Y reconoce que todo el recorrido del Seminario ha sido un experimento mental en ese sentido.

Digo que es un sentido peligroso, en la medida que termina en un atolladero moral, del que inicialmente había querido salir. Lo interesante del libro – y que tomé el recaudo de no comentar -, es el análisis pormenorizado de cómo cada uno de los personajes, de un modo u otro, fracasan en el intento de ser consecuentes con su deseo. Ya que no hay deseo puro y no se trata de ser Antígonas modernos. Cada quien negocia con el conflicto como puede, y en eso consiste la problemática subjetiva.

Volvamos a la interrogación sobre el conflicto subjetivo entre deseo y culpa, y preguntémonos porqué rechazamos el deseo si fuera tanto más simple hacerle lugar. Si el deseo no acarreara un riesgo, un precio a pagar, no habría razones para rechazarlo. Pero ocurre que el deseo amenaza el confort yoico de las identificaciones logradas en consonancia con el Bien, llámese como se llame: Dios, Madre, Mandamientos, Moral. Y pone en jaque al sujeto ante cada elección, que es siempre forzada.

Al interpelar al sujeto – recordemos que es Lacan y no Freud quien habla de sujeto de lo Icc – se aleja del Icc freudiano, relativo al deseo sexual infantil y su descubrimiento, en las antípodas del acto. Si de algo quedaba preservado el paciente por el propio dispositivo freudiano, era de tener que actuar. Por el contrario, con suerte, se habría anoticiado de sus tendencias inconscientes y estaría en mejores condiciones de decidir. Aunque en rigor, la experiencia clínica nos muestra que una vez desactivadas las tendencias inconscientes infantiles, también se disuelve la potencia de la disyunción. Y aquello que demandaba imperiosamente una decisión, de pronto… se diluye.-

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