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Límites de la rememoración

La voz alemana para rememorar es er/innern: volver a internarse hacia adentro.

Según las definiciones del diccionario de la Real Academia:

Rememorar: es recordar, traer a la memoria.

Memoria: es una potencia del alma por medio de la cual se retiene y recuerda lo pasado.

Recordar: es traer a la memoria una cosa. Excitar y mover a uno a que tenga presente una cosa de que se hizo cargo o que tomó a su cuidado; despertar el que está dormido.

Estas definiciones no contienen la menor referencia a la fidelidad a lo ocurrido, ni a la reproducción. Se atienen a lo subjetivo, sin establecer comparación alguna entre el pasado y lo que se recuerda. Se aproximan bastante a la concepción de la memoria en la primera tópica freudiana.

En Recuerdo, repetición y elaboración, “rememoración” es, en términos descriptivos, llenar las lagunas del recuerdo, y en términos dinámicos, vencer las resistencias de represión. Esta tarea encuentra – más temprano que tarde – un límite, un obstáculo, y que ya denomina compulsión a la repetición, aunque lo retome en artículos posteriores[1] donde hay una consideración estructural, como resistencia al levantamiento de las resistencias.

Freud comienza haciendo una reseña de lo que fueron los momentos anteriores de la técnica: la hipnosis y la sugestión entendidas como evitación de la resistencia, y el recuerdo como reproducción o copia. Ese resumen parece indicarnos un camino paradójico que conduce a eliminar las “soluciones” terapéuticas y a incluir los obstáculos que, evitados hasta entonces, pasan a ser solidarios de la estructura de la situación analítica. Entonces la técnica dejará de perseguir selectivamente la reproducción de las escenas que estarían en el origen de los síntomas.

Define el objetivo como invariable: la supresión de las lagunas del recuerdo, pero cada vez que surge un sujeto soportando la función de agente de esa empresa, se revela como obstáculo de la misma. ¿Busca Freud un recordar sin sujeto que recuerde? ¿No lo había hallado ya en el síntoma neurótico?

Pero esos obstáculos que encuentra son las realidades más duramente teóricas de nuestra práctica, antes que problemas técnicos.

Esta noción de inconciente que se pone de manifiesto en el síntoma como recuerdo sin sujeto que recuerde, es solidaria de la noción del inconciente como memoria sin recuerdo.

El trabajo del análisis, la rememoración, propone un camino regrediente, en términos de la primera tópica: en lugar del camino progrediente que la catexia recorre en su curso habitual, del polo perceptivo al polo motor, el trabajo del análisis se da en sentido inverso, igual que en el sueño, del polo motor que se halla inhibido, al polo perceptivo.

En el Proyecto distingue el sistema ω que es el perceptivo conciente, del sistema ψ que es el mnemónico. La separación radical entre ambos se mantiene siempre.

En la Carta 52 define así la percepción: “son neuronas donde se generan las percepciones a que se anuda conciencia, pero que en sí no conservan huella alguna de lo acontecido. Es que conciencia y memoria se excluyen entre sí.” [2]

No puede haber recuerdo de la percepción porque percepción y recuerdo son de naturaleza distinta: o hay percepción o hay representación, pues la única forma que dispone el aparato de tramitar las percepciones es vía la representación verbal. Cuando esas percepciones no pueden pasar al sistema ψ, no pueden borrarse, estamos en presencia de lo que adquiere la connotación de trauma, y no hay sujeto de esas percepciones.

Este es el sentido traumático de lo visto y lo oído. Son percepciones que adquieren especial intensidad, para las cuales no hay sujeto. Es una pura función. Esta función estaría permanentemente interferida si “tomásemos conciencia” de las percepciones al mismo tiempo en que éstas tienen lugar. Nos sería imposible percibir. Por eso Freud necesariamente tiene que pensar a la conciencia y la memoria como funciones que se excluyen mutuamente, porque a cada nueva percepción, el aparato debe presentarse como una hoja en blanco.

Aunque reservemos convencionalmente el término “traumático” para aquellas percepciones particularmente intensas que no pueden ser transferidas en calidad de representaciones al sistema ψ, podríamos decir que la percepción en tanto tal, es siempre traumática, porque es lo que aún no ha sido tramitado por el sistema ψ, es decir, “concientizado”.

Que sea impensable una percepción sin conciencia no quiere decir que necesariamente haya sujeto para esa conciencia.

Hay que pensar entonces a qué nos referimos con la expresión “hacer conciente lo inconsciente”.

En Lo inconciente dice: “[…] si queremos llegar a una consideración metapsicológica de la vida psíquica, habremos de aprender a emanciparnos de la significación del síntoma conciencia”. Y en el mismo texto también enuncia que la cura psicoanalítica se ha construido basándose sobre la influencia del sistema conciente sobre el inconciente. Afirmaciones aparentemente contradictorias si se supone que en ambas se refiere a la conciencia en su sentido sintomático, ilusorio, de ensueño diurno. Esta última es la que adviene cuando, en el recuerdo reproductivo, la reactivación desiderativa produce algo similar a una percepción, o sea una alucinación.

No es casual que Freud utilice el término alucinación, dado que, si la conciencia se define en el sistema ω, donde no hay representaciones sino imágenes sensoriales, entonces todos los procesos representacionales, para hacerse conscientes deben adquirir este carácter alucinatorio.

Podemos sospechar entonces que toda confirmación (“solución”) de este género pueda ser resistencial; ya había descubierto que todo recuerdo era encubridor. Lo que significaría que, en realidad, el trabajo de rellenado de las lagunas mnésicas sería mas bien encubridor. O como decíamos antes, tendría, estrictamente hablando, una connotación alucinatoria, en el sentido de ilusoria o imaginaria.

Entonces ¿cómo seguir sosteniendo el objetivo de suprimir las lagunas? Si este hacer conciente lo inconciente a través del rellenado es siempre posible, siempre hay una posibilidad más de otro sentido, otro recuerdo. El límite de la rememoración no es que no se pueda seguir recordando, sino que esta tarea es interminable.

El recuerdo siempre se ubicará en el plano del sentido posible, y siempre hay tales sentidos posibles.

En Lo inconsciente, dice “[…] los procesos mentales, esto es, los actos de carga más alejados de las percepciones, carecen en sí de cualidad y de conciencia y solo por la conexión con los restos de las percepciones verbales, alcanzan su capacidad de devenir conscientes […] precisan para devenir conscientes, de una intensificaci6n por medio de nuevas cualidades”.

“Cuando comunicamos a un paciente una representación por él reprimida […] esta revelación no modifica en nada al principio, su estado psíquico… [pues]… la identidad de la comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan solo aparente. El haber oído algo (se refiere a la interpretación escuchada por el paciente), y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque poseen igual contenido”.

La comunicación del analista opera como una nueva percepción, que reactiva alucinatoriamente las huellas en ψ, pero no podrá nunca -por su carácter representacional- alcanzar a la percepción que se considera perdida.

“El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad, hasta que la representación consciente entre en contacto con la huella mnémica inconsciente, después de haber vencido las resistencias”. La pregunta es si tal vencimiento de las resistencias es, en última instancia, vía la reactivación alucinatoria de las imágenes verbales -inducida por la interpretación- el encuentro con la conciencia inherente a la percepción en tanto perdida. Si percepción y conciencia llegaran a hacerse una sola, el resultado sería una imagen sin representación alguna. Una percepción pura.

Al modo del memorioso Funes, quien había sido antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado.

Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. La reconstrucción de un día duraba un día entero.

Ya sabemos que no se trata de esa reconstrucción. Que el sujeto reviva, rememore, al modo de la sugestión o la hipnosis, los acontecimientos formadores de su existencia, no es en sí tan importante. Eso es mera rememoración.

Lo que cuenta es lo que reconstruye de ellos. La historia no es el pasado, sino el pasado historizado en el presente.

Vivido fue en el pasado. Eso es lo que se perdió para siempre. La restitución de ese pasado es una construcción. Los recuerdos encubridores son también, aunque manifiestamente se resistan al recuerdo, modos de recordar como las otras formaciones del inconciente. Entonces se trata de la lectura, de la traducción. Se trata menos de recordar que de reescribir la historia.

Se recuerda algo que nunca fue olvidado porque nunca fue retenido ni llegó a la conciencia: eso es del orden de la percepción. Sin embargo puede producir en el sujeto una convicción, la convicción de que eso le concierne. Lo que se construye es el sujeto mismo, como efecto de esas representaciones.

Decíamos que el trabajo analítico se ve interrumpido cuando se impone la repetición a la rememoración. Pero en realidad la experiencia demuestra que esto es siempre así. Entonces hay algo inherente a la labor que no es ni el recuerdo exacto, imposible, pero tampoco el repetir, que sería el recordar en acto. ¿Entonces qué es?

Si la repetición en el análisis coincide con la repetición en la vida, entonces no hay análisis.

El tiempo del análisis no puede coincidir con el tiempo de la vida. Es un tiempo donde lo que hay es justamente un corte que falta en la vida. Ese corte, introducido en transferencia, es lo que posibilita la emergencia de un sujeto en el análisis: un sujeto. Es un tiempo en el cual lo que se produce es un sujeto donde no lo había. Y eso en realidad, es cada vez, en cada sesión.

Freud aconsejaba a los pacientes no hacer cambios o tomar decisiones importantes durante el tiempo que duraba el análisis. Estaba persuadido de que durante el tiempo del análisis el sujeto tenía hipotecada su libido en la neurosis de transferencia y que una vez liberada esa libido, podía quedar a disposición del sujeto. Esto equivale a un cambio de posición subjetiva terminado el análisis, que sin duda, podía llevarlo a tomar otras decisiones.

Entonces recordar en análisis no quiere decir reproducir sino que ese recordar sería cumplir la regla fundamental de la libre asociación. Es recordar en transferencia.

La transferencia como obstáculo a la rememoración sería lo que se opone a la labor: pero como motor, es lo que la hace andar. Rememoración y repetición no son conmutativas. No es lo mismo comenzar por la rememoración y vérselas con las resistencias de la repetición, que comenzar por la repetición para obtener un esbozo de rememoración. En este último caso prevalece una técnica que interpreta la transferencia, que sería ese recordar en acto de la repetición en la transferencia.

¿Qué es lo reprimido primordial que hace tope a la rememoración? El lugar de lo que falta. Es una definición casi tautológica. Porque si Freud necesitó postular lo reprimido primordial como causa, fue porque algo siempre faltaba en el recordar. Lo inconciente se refiere al orden de las causas eficientes, no intencionales.

Y lo psíquico es en sí y por sí inconciente.

Junto al devenir conciente lo inconciente hay un devenir inconciente lo conciente. Esa es la dialéctica de lo humano.

En El hombre de los Lobos Freud elucida la imagen que se activó, de niño, cuando observó la escena primordial. Esa imagen devino actual desde el caos de las huellas de impresiones inconcientes. Y se pregunta si esa imagen no supone un arquetipo o modelo. La cultura, lo simbólico, no son sino esos modelos.

Toda vez que lo vivenciado (lo actual) no armoniza con ese esquema, sería la fantasía la encargada de establecer el acuerdo.

Para concluir, lo que hace tope al trabajo de rememoración es en última instancia, eso que Freud llamó la “roca viva” de la castración.

En el ’26, cuando postula el complejo de castración, queda del lado de lo visto, lo percibido, lo traumático, la visión de los genitales femeninos. Si bien esa visión puede significarse como falta porque el sujeto ya posee el aparato simbólico, pues cae dentro de la égida de la primacía fálica, sin embargo, no hay representación posible de eso que para el sujeto, sigue siendo del orden de una realidad inasimilable, intramitable, un agujero. Esta falta es condición de posibilidad del trabajo de rememoración, pues algo debe faltarle al sujeto para que quiera encontrarlo buceando en sus recuerdos. La cadena asociativa intentará infructuosamente encontrar ese eslabón perdido, que, a la vez, hace de tope a la rememoración. El repudio a la feminidad, no es otra cosa que el repudio de eso que señala la falta de representación.-



[1]Freud, S.; Análisis terminable e interminableMás allá del principio del placer.

[2] Freud, S.: Obras Completas, Amorrortu Editores, Carta 52, pág. 275, T. 1.

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