Texto

Duelo terminable e interminable

El trabajo que presento es el resultado de los interrogantes que se me presentaron a partir del pedido de ayuda de una ex analizante tras la muerte repentina de su hija.

“Duelo y Melancolía” es el único texto donde Freud  habla específicamente del duelo, es en realidad un trabajo sobre la melancolía. Allí describe el duelo como un “trabajo” lento y difícil, no lineal, que implica un gran gasto de tiempo y energía. Establece también que en el duelo lo que cuenta es el lugar que ocupaba el objeto perdido en la vida del sujeto. Si esa pérdida requiere de un verdadero trabajo de duelo es porque está en juego el narcisismo del sujeto.

En “De guerra y de Muerte” dice Freud que ya que en el inconciente no hay registro de la propia muerte, si el que muere es un ser querido “sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces, no nos dejamos consolar y nos negamos a sustituir al que perdimos”. Esta negación a la sustitución es esperable para Freud, en los inicios de un “duelo normal”. Luego, en un duelo consumado, nos encontraremos, según él, con que el sujeto ha podido dar por perdido al objeto, lo cual permite la modificación de los lazos con el objeto perdido y el investimiento libidinal con otros objetos que podrán sustituirlo. Freud no modificará este punto de vista en sus teorizaciones sobre el duelo. Sin embargo en una carta que le envía a Binswanger, que acaba de perder un hijo, el 11 de abril de 1929, fecha del aniversario de su hija Sofía, muerta 9 años antes, Freud le escribe “Se sabe que el duelo agudo que causa una pérdida semejante hallará el final, pero uno permanecerá inconsolable sin hallar jamás un sustituto”. Tambien poco tiempo después, en una carta a Zweig, a propósito de la muerte de su nieto Heinz Rudolf, que era uno de los hijos de Sofía, Freud dirá “La pérdida me ha afectado de una manera distinta, ha muerto algo en mi. Hacía las veces de todos mis hijos y de todos mis nietos. Algo murió en mí, pero no obstante no lo puedo reemplazar”

Es así que la muerte de un hijo o un nieto, que contraría lo que popularmente llamamos “la ley de la vida” implicaría de por sí un trabajo de duelo bastante más difícil, tema que retomaré más tarde.

J. Allouch en su texto “Erótica del Duelo en los Tiempos de la Muerte Seca” se ocupa de recorrer los textos freudianos y lacanianos sobre el tema. Allí realiza una tarea de deconstrucción  del duelo freudiano, y objeta el planteamiento de Freud, fundamentalmente en relación al término “trabajo” de duelo y a la idea de que éste finaliza cuando el sujeto puede reemplazar ese objeto por otro. Tambien refuta que el duelo terminado consista en que la “prueba de realidad” se imponga, dando por inexistente el objeto.

Basándose en Lacan y en otros autores, presenta otra versión del duelo basada en considerarlo un “acto”, acto que conlleva un sacrificio. En ese sentido, el que finaliza un duelo estaría en posición de erastés, de deseante. Le han sustraído un “trozo de sí”. Uno está de duelo por alguien que al morir se lleva consigo un “pequeño trozo de sí”. Ese trozo de sí tiene pertenencia indeterminada (como el objeto transicional), al menos hasta el acto de cedérselo al muerto. Acto que pone término al duelo.

Es en el Seminario de “El deseo y su interpretación”, y particularmente basándose en Hamlet que Lacan trabaja más a fondo esta cuestión. Luego lo retomará en el de “La Angustia”. Pero lo principal es que es el ternario RSI el que le permite a Lacan aclarar y resolver los escollos en los que había quedado el tema antes de él. Allí no refuta directamente la teoría freudiana sobre el duelo, sino que aduce que antes de la introyección del objeto perdido habría una condición previa, y es que se haya constituído el objeto. El objeto perdido, no como resultado de la acción de la prueba de realidad, sino de otra operación. Operación que todos los duelos reactualizarán.

Es así que Lacan plantea una “función subjetivante del duelo”. Este es el punto clave de su  elaboración. Por eso, es la escena del cementerio en Hamlet la que ocupa el lugar central de su análisis, porque allí Hamlet recobra su deseo, y por lo tanto pone fin a la procastinación. Via la identificación imaginaria con Laertes (que se arroja sobre el ataúd de su hermana (relación narcisista), ese objeto que fue rechazado por él (Ofelia en tanto falo), aparece ahora causando el deseo. Dice Lacan “De alguna manera, en la medida en que el objeto de su deseo se ha vuelto su objeto imposible, vuelve a ser para él objeto de su deseo”.

Es a partir de allí que Lacan define al duelo como un “agujero en lo real”. Agujero que implica un proceso emparentado con la forclusión, pero de un modo inverso. Por eso lo llama “parapsicosis”. Mientras que en la psicosis hay un agujero en lo simbólico que trae como consecuencia un retorno desde lo real, en el duelo el sujeto se encuentra frente a un “agujero en lo real”. Entonces un elemento simbólico es convocado por esa apertura en lo real. Se trata del significante fálico.

En el Seminario 10, va a precisar la distinción entre falo y objeto “a” que en el seminario 6 se superponían. Entonces dirá que en el entierro de Ofelia  por identificación narcisista con Laertes, Hamlet pasa a identificarse con Ofelia en tanto objeto desprendido. Es una identificación con la falta en el Otro, en tanto el Otro está castrado. El objeto es objeto del deseo en cuanto perdido, en cuanto causa al sujeto. Lo dice así: “Sólo estamos de duelo por alguien de quien podemos decir yo era su falta. Estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien o mal y respecto a quienes no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de su falta”.

O sea que estamos de duelo por aquel de quien fuimos su falta, de aquel cuyo deseo causamos. Esto quiere decir que no se trata tanto de lo que el otro era para nosotros sino de lo que nosotros éramos para él. Lo importante que fui yo como objeto para ese otro. En cada situación de pérdida lo que se actualiza es esa operación de constitución del sujeto, porque cuando desaparece ese otro al que causé, ocupando el lugar de su falta, lo que pierdo es su falta, su deseo, y la castración retorna sobre mí. Eso es lo que me lleva al duelo.

Es decir que el objeto no es sustituíble en tanto el sujeto fue causa de deseo de ese otro. El sujeto perdió junto con ese otro ese lugar de falta. A partir de ahí, podrá ser causa de deseo de otro u otros pero nunca de la misma manera. Ese es un punto incurable del duelo, que tiene que ver con un resto real. Lo insustituible no es sólo el objeto perdido, sino lo que el sujeto era para ese otro que se perdió. Estrictamente en ese sentido es que podemos decir que todo duelo es interminable.

Por último, y desde lo que Freud expresa en las cartas que mencionaba al inicio, me pregunto: ¿Habría diferencias cualitativas que podrían hallarse cuando el objeto perdido es un hijo? O sea ¿Hay un incurable más allá que el de todo duelo?

Dice Allouch “Quien está de duelo (por un hijo) no pierde solamente a un ser amado o un pasado en común, sino tambien todo aquello que potencialmente el hijo hubiera podido darle si hubiese vivido…”  “Formulemos al respecto algo así como un teorema: Cuanto menos haya vivido el que acaba de morir según el enlutado, cuanto más su vida haya seguido siendo para este último una vida en potencia, más espantoso será su duelo, más necesaria será la convocatoria de lo simbólico”. Aquí entonces la dificultad del duelo aumenta en función de lo incumplido de una vida. Y continúa diciendo: “En un instante de ver al superviviente esa vida se le aparece en lo que tiene de inacabado definitivamente, en todo aquello que no pudo realizar. El tiempo del duelo será entonces el tiempo para comprender que desemboca en el momento de concluir que en verdad esa vida se cumplió y en qué medida”

La paciente, a la que llamaremos Ana, acude a mi, habiendo sido su analista durante unos 3 años en el pasado. Ha perdido a su hija de 30 años en un accidente de tránsito en forma repentina. Llegó con vida al hospital pero murió durante el intento de intervenirla quirúrgicamente. Ana viene a verme una semana después de la tragedia. En la primera entrevista sólo llora, me abraza, balbucea su desesperación. Me extiende permanentemente su mano para que se la tome. En una de esas ocasiones me pregunta ¿Vos me ves?. El contacto físico y el sostén de la mirada parecen tratar de recuperar algo de la imagen especular casi desintegrada.

Al cabo de algunas entrevistas ya empieza a apelar a lo público ¿modo de convocar al  orden simbólico? Lo hace por medio de la búsqueda de justicia, en la cual se embarcará durante un periodo prolongado. Esa será su principal ocupación. Tambien, durante ese primer tiempo del duelo se presentan en ella los fenómenos que Lacan califica como parapsicóticos. Por ej. viene con un objeto que es una base de madera sobre la que cayó el cebo de una vela prendida junto a una foto de su hija. Me pregunta si veo la imagen que se formó, asegurándome que tiene la forma de un ángel. Trae tambien repetidamente para mostrarme fotos de su hija de todas las épocas, mails que recibe de la gente que la quería, donde dicen hermosas cosas de ella. Testimonios de los rastros que esa vida dejó y que ella dá a ver, para que lo confirme, a ese Otro que es su analista. Intento de saber en qué medida esa vida se cumplió. Por otro lado, equipara su lucha por obtener justicia a la de las Madres de Plaza de Mayo, y se contacta con las Madres del Dolor. Es muy evidente su necesidad de incluírse en algún significante que agrupándola la nombre, y la ligue a un orden simbólico capaz de empezar a suturar ese “agujero en lo real”.

Ana retoma la escritura comienzando a asistir a un taller literario. A partir de allí produce relatos breves o cuentos, y empieza a traer su notebook a las sesiones, preguntándome si puede leer sus escritos. Cada sesión transcurre con la lectura de esos textos y las “asociaciones” que surgen espontáneamente de su parte a partir de ellos.

Sólo mencionaré que el 1ro de esos relatos habla del encuentro amoroso de dos jovencitos. Entiendo que se trata de comenzar a escribir la historia de vida de su hija, que efectivamente se inicia en el encuentro de ella con su marido, siendo dos adolescentes. Luego, el siguiente cuento se basa en una familia en Chile en los tiempos de Pinochet. Relata situaciones relacionadas con el horror de los que hacen desaparecer gente. Y el siguiente se refiere a una jovencita que estaba enterrada y no estaba muerta. Y en la lápida figura el nombre de otra mujer. Cuento que, al modo de un sueño, realizaría el deseo de que su hija esté viva, que todo haya sido un error.

Ahora Ana además de esperar sus citas con el abogado, de pegar afiches con la foto de su  hija pidiendo justicia, de escribir notas en Facebook, de juntar firmas para presentar al juez y de concurrir a sus sesiones, escribe cuentos y espera tambien el día de su taller literario.

El tratamiento continúa, y habiéndome preguntado por la pertinencia de la intervención analítica en un duelo, empiezo a pensar que mi lugar es el de un testigo que sostiene la posibilidad de que ella realice su duelo lento, trabajoso y no lineal, como decía Freud.

Podríamos pensar entonces lo que Freud llamó trabajo de duelo como ese proceso por el cual el sujeto enlutado logra suturar el agujero que esa pérdida produjo en su existencia. Trabajo lento, que va clausurando y sobreinvistiendo recuerdos, vivencias y expectativas ligadas al objeto. Sutura de una herida abierta en lo psíquico, que no tiene un tiempo cronológico para realizarse, que a veces se interrumpe o se transforma en un síntoma, o en una identificación con el objeto perdido, pero que otras veces se realiza, nunca sin resto.Y en el que el “agujero” se convierte en “falta” como resultado del funcionamiento del orden simbólico. Allí, como en todos los procesos psíquicos se trata del caso por caso.

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