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¿Qué es el ADHD ó ADD?, ¿es realmente una enfermedad medicable?

Lic. Adriana G. Mecca.
Publicado en Revista Actualidad Psicológica N° 473 de mayo 2018 y en Mensuario Identidad, Uruguay, Octubre de 2020.

Para comenzar a hablar del mismo considero imprescindible decodificarlo.

ADHD ó ADD, es una sigla proveniente del idioma inglés, de un conjunto de palabras que hacen referencia a algunas características que se presentan, por lo general, en los niños y más especialmente en edad escolar. Dichos significantes, son la inicial de cada una de estas palabras: “Attention Dispersion, Hyperactivity and Disorder”; que se traducen al idioma español, como “Atención Dispersa, Hiperactividad y Desorden”. Su variante sin la letra “H”, es porque hay casos en que se observa la falta de atencionalidad sin estar acompañada de Hiperactividad.

Una vez decodificada la sigla que para el lego en la materia (generalmente los padres o núcleo familiar y social del niño) puede sonar como muy sofisticada y por supuesto, ante lo desconocido y por tal inasible, también, sumamente angustiante; deberíamos tratar de adentrarnos en su significado.

Como vemos a prima facie, la sigla nos remite a un conjunto de conductas observables en los niños, y en donde más resultan, para nada bienvenidas, es en el ámbito áulico.

Una de ellas, es la “Atención Dispersa”, entonces es adecuado preguntarnos e investigar y observar, cuáles son las causas por las cuáles un niño “no atiende”. ¿Cómo es esto de “no atender”?, y ¿por qué y cuándo ocurre?. Por lo general, las respuestas que he escuchado durante muchos años de clínica, es frente a lo que al niño lo aburre o no le gusta, frente a la puesta de límites, suele reaccionar como “desoyendo” al adulto, lo cuál habilita en muchos casos a consultar por “dificultades” en la capacidad auditiva; el hecho es que el niño continúa haciendo otras cosas, las más de las veces su deseo, del que no puede tomar distancia para interrumpir la actividad que desempeña o desviar la atención hacia otras actividades que le son propuestas por el medio.

Este niño que así parece ensimismado en alguna tarea o fantasía, como cuando el docente nos informa que Juancito “vuela”, “se va” y “no presta atención”, o “se la pasa jugando con el juguetito que trajo de la casa y saca de la mochila mientras está en clase”, si lo observamos despojados de los “etiquetamientos” importados, vemos que sí puede prestar una gran atención a otras actividades, las que despiertan su interés, su deseo. Es momento de cuestionarnos, si Juancito realmente presenta un “Déficit atencional”. De parecer así, vuelvo a cuestionar ¿a qué y por qué?

Tal vez, podría ser que no ha vivido la experiencia y la oportunidad de que un adulto significativo compartiera con él su tiempo y su compañía como  para que pudiera dedicarle, de esta manera,  un “x” tiempo a desarrollar alguna actividad o tarea en presencia de ese otro significativo que sostuviera aquéllos momentos de creatividad y despliegue de sus capacidades de atencionalidad.

El psicoanalista Donald Winnicott, nos habla de una madre suficientemente buena, refiriéndose al ambiente continente y sostenedor, como así también, facilitador del desarrollo del niño, que irá desplegándose a través del intercambio sujeto-objeto, o sea, con el medio circundante, en un espacio transicional que no es ni propio ni ajeno, esa es la paradoja, espacio en el cuál podrá recrear al objeto, en un tiempo y en un espacio de juego e interjuego, del que luego se irán progresivamente distanciando en un tiempo cada vez más prolongado en la espera, para volver a repetirse la experiencia. Dichos sucesos, irán permitiendo el despliegue del crecimiento y la maduración de las capacidades de espacio, tiempo y atencionalidad, así como otras.

En una consulta vincular de una mamá con su hijo, mientras ella verbalizaba y repetía que el docente y la neuróloga le diagnosticaron al niño con ADHD ó ADD, porque él no podía prestar atención y no se concentraba, le hablaban y no escuchaba porque no atendía, el niño modelaba en plastilina unas figuras humanas extraordinariamente de una alta calidad artística y luego los hacía interrelacionar a través del juego con dramatizaciones, en las que expresaba lo que él vivía en su medio familiar, la conflictiva que lo tenía tan preocupado porque no estaba en sus posibilidades resolverla (motivo por el cuál se llevaron a cabo sesiones vinculares). Mientras su mamá lo describía como los profesionales que habían leído las características que definen las siglas y significantes del ADHD ó ADD, el niño interrumpió su discurso para decir, mirándome a los ojos, “es que yo yo…  tengo un problema” (con carita con gesto de seriedad, gravedad y preocupación), acto seguido, y ante la sorpresa de su mamá por darse perfecta cuenta de lo que estaba ocurriendo, lo interpelo con la pregunta:- “ah… sí?? y cuál es???”, y él elevando sus hombros me respondió: – “No sé??!!”. Y ni hizo falta la intervención de mi parte, pues la mamá por sí misma, comentó (con gesto de sorpresa en su mirada):- “Ay… no sé doctora… yo no lo entiendo…. en la escuela me vuelven loca con que no presta atención y acá escucha perfectamente lo que le estoy diciendo y parece que está ahí tan concentrado (dicho por la mamá) con la plastilina… Lo que pasa es que a él le gusta solamente jugar… ay, no sé… yo no lo entiendo… pero la maestra dice…. el neurólogo dice….”.

Entonces, es en donde yo cuestiono… “Todos dicen…”, colocando un “saber” aplastante y estigmatizante, que “etiqueta”, como “cerrando el caso”, y “bajando el martillo” al estilo “judicial”. Cuando en vez de juzgar habría que observar… escuchar… establecer vínculo, con el paciente y su medio familiar, para poderlo conocer en su singularidad, quién es Juancito y por qué causas no atiende. Y cuando “no atiende” de qué se está evadiendo, de qué se está defendiendo, a veces, de la falta de tolerancia a la frustración, que al no haber sido adquirida progresivamente, acompañado por su medio circundante, no la posee y no puede enfrentarse a los aprendizajes nuevos que lo enfrentan a sucesivas frustraciones hasta poder aprehender al objeto de conocimiento. Pues, los aprendizajes requieren de un esfuerzo de acomodación de las estructuras cognitivas con sus esquemas de acción puestos en un interjuego entre asimilación y acomodación, que son los invariantes funcionales de las mismas, para realizar una cierta regulación o adaptación que permitirá el advenimiento de un nuevo conocimiento o aprendizaje (siguiendo la teoría constructivista de Jean Piaget).

“Todos dicen…” decía esta mamá… y cuando le pregunté por su propia opinión, después de unos minutos de autocontradicción por no haber sido interpelada jamás, como si ella no existiera, como si su presencia y su palabra no significaran nada…. y claro, para un “saber” aplastante que viene de afuera, impuesto por los “sujetos supuesto saber”, ella se sintió rara… descolocada… no pertenecía al puzzle!!, ahora esta profesional, la interpelaba con un “qué de ud en esto”… . Los niños son un síntoma de los padres y un emergente del medio familiar incluyendo el transgeneracional; también, del medio escolar según son “mirados”. Y aquí, el quid de la cuestión, y otra pregunta que me he realizado; ¿son mirados estos niños? ¿de qué manera? ¿como el pequeño del ejemplo de la consulta, como “el que tiene el problema”? (quién tiene el gran bonete…. el de la culpa, como así es visto en estos casos) yo prefiero erigir a los adultos que forman parte del desarrollo de ese niño, en “responsables” hacedores (las más de las veces inconscientemente) de lo que les ocurre.

Y he llegado a esta conclusión en mis casi 30 años de práctica clínica, porque como vemos en el ejemplo expuesto, estos niños no son mirados, no forman parte de la “atención” de los padres para con ellos, y al ser ellos un síntoma del medio circundante, he podido comprobar que un niño que no ha pasado por la experiencia fundante de los aprendizajes, no puede expresar lo que no conoce, por ejemplo “atencionalidad” ¿a qué?, a la palabra del adulto, que no lo escucha y que no lo “atiende” en sus deseos, en sus necesidades, que no “atiende” sus ansiedades y sus angustias, que casi no lo ve en su total dimensión como en el caso del ejemplo expuesto. Y por otra parte, ¿desde qué mirada profesional enseñaríamos cuasi por empatía a estos padres?, si no es brindándoles lo que no conocen y lo que no pueden aplicar con sus hijos porque tal vez no lo han experimentado antes. ¿Cuál sino es la función terapéutica, esa que cura corrigiendo lo disfuncional, a través de la empatía y la experiencia que pueda vivenciar el paciente en el tiempo que comparte en nuestra presencia?.

Entonces, cuando hablamos de “Déficit Atencional”, de qué y de quiénes estamos hablando…, del niño, del alumno, de los padres, de los profesionales… ¿lo solucionará una pastillita?, ¡es mágica!, ¿tendrá todo el poder que en algunos casos se considera que el “saber científico” posee? ¿o habrá que practicar la humildad de la actitud del investigador que a cada suceso se cuestiona, se hace preguntas y observa, observa y escucha, respetándolo para conocerlo en su singularidad y así poder desentrañarlo; modificando las piezas del puzzle para que encajen y puedan expresar, en su armonía, una figura, una imagen… para que el pequeño pueda reconocerse en “yo soy Juancito”, y no con el estigma de “Yo… yo… tengo un problema”, que ni la Ritalina, ni las etiquetas que envuelven un conjunto de conductas, podrán solucionar jamás. Y por qué semejante afirmación, porque como la clínica lo demuestra, el ADHD ó ADD, no existe.

Nos queda por adentrarnos en la “Hiperactividad” y el “Desorden”, y allí cabría preguntarse qué es un infante, cómo nacen los niños, cómo se desarrollan y crecen; pues en el movimiento y el juego, en la acción que antecede al pensamiento abstracto e interiorizado. A través de la experiencia se vive, se crece, se desarrolla y se aprende. A través de la posibilidad del ensayo y error, aún de los errores sistemáticos que cometen los niños cuando se ponen en juego los esquemas de acción generalizadores de determinado estadio del desarrollo en los aprendizajes; por ejemplo, cuando dicen “ponió o cabió”, regularizando un verbo irregular en sus verbalizaciones.

También, es cierto que hay pequeños que manifiestan una gran labilidad en sus actividades, que sacan todos los juguetes y ni se percatan de guardar alguno, o los útiles, o los objetos de los que disponen en alguna situación específica. Despliegan alguna actividad y la abandonan en seguida porque les ha “llamado la atención” (y obsérvese que no hay “no atención”) otra. Aquí, podemos observar, la falta de maduración en la duración del tiempo de tal capacidad, esa que también se incorpora a través del ambiente en el que el pequeño crece y se desarrolla. Entonces, deambulan o no permanecen en algún lugar por el tiempo requerido para el desempeño de alguna actividad específica. Alguna vez, una mamá me ha referido que tenía que atarlo al niño a la silla para que no se levantara de la mesa a cada instante a la hora de las comidas. Y me he preguntado y cuestionado, cómo era la mirada de esta mamá para con su hijo, ¿acaso no le concedía la capacidad humana del lenguaje y de la escucha para comprender y aprender una conducta adecuada a los fines?, ¿qué lo diferenciaba a este pequeño de la mascota de la familia ante esta mirada?, ¿por qué esta mamá poseía esta mirada o esta dificultad para comunicarse y conectarse con su hijo?, ¿cómo ha sido su crianza, su desarrollo y su medio familiar?, ¿qué concepciones se tienen de la infancia y de los niños?, ¿se los conoce? Y de no ser así, ¿se lo intenta prestándole la “atención” necesaria e imprescindible para su crianza y conocimiento?.

Al adentrarnos en el concepto y la conducta de la Hiperactividad, vuelve a emerger la ausencia de mirada materna o del ambiente que circunda al pequeño, entonces, cabe volvernos a cuestionar si la desatención es una enfermedad que viene con el pequeño como una neurona que no funciona, que no está o que no conecta en la cadena intersináptica, como sería visto desde la neurología o las neurociencias. Y si algo así fuera, ¿no nos lo advierte ya Freud en su “Proyecto de psicología para neurólogos”, que las palabras tienen el poder de establecer nuevos caminos de redes neuronales que definen los aprendizajes?, y entonces, si esto es posible, por qué medicalizar la infancia intoxicando los organismos en desarrollo de los pequeños en pleno crecimiento. Y yendo aún más lejos, de ser así, por qué no se habrá descubierto un medicamento que inhiba el impulso de la cleptomanía o el robo, ¿no se habrá investigado?, tal vez, sería posible en un beneficio social, si hay pastillitas todopoderosas….

Y el punto que nos ha quedado es pensar en el Desorden, que un poco se desprende de todo lo dicho, que el orden, la ley, es objeto de aprendizajes a medida que el niño va creciendo, pero que mirándonos a nosotros los que supuestamente hemos alcanzado la madurez, y en la sociedad misma, y en las instituciones, ¿se ha arribado a ella, se la ha incorporado como es esperable?.

Los adultos circundantes del pequeño ¿han arribado a un orden de tal magnitud como el que se le exige a los niños?, y si éstos son un síntoma del medio circundante, ¿no estarán expresando a través del mismo, y denunciando aquello que no está internalizado en muchos de nosotros “los grandes”?, ¿ y si en vez de “etiquetar”, observáramos más y nos observáramos como parte y arte de la cuestión?.

En las consultas, siempre he podido constatar el desorden que rodeaba e inundaba a las familias que me eran derivadas por profesionales de los servicios de psiquiatría infantil y neurología, que ya habían medicado la Ritalina, y que con el trabajo desplegado pudieron comprender que era mejor no medicarlos hasta que les fuera enviado el respectivo informe, de acuerdo con el cual y luego de un intercambio entre profesionales evaluábamos en conjunto si el caso lo ameritaba o requería. Esto, en mis casi 30 años de clínica jamás ocurrió y a los primeros casos que han venido ya medicados se les retiraba la misma habida cuenta de los informes escolares y comentarios de la familia. Motivos bastos, para concluir que con el trabajo terapéutico adecuado, articulando, en mi caso particular, la línea psicoanalítica con la constructivista, la medicación para dicho “sindrome”, es innecesaria y una vez más puedo afirmar que el ADHD ó ADD, no existe.

El Dr. Gustavo Dupuy, médico psicoanalista, en sus escritos y exposiciones, nos invita a pensar en las “nuevas patologías definidas por la presentación sintomática”, alertándonos sobre el modo inadecuado en que se utilizan los avances de las investigaciones en las neurociencias que derivan en una concepción biologicista extrema, que conduce a una desubjetivación de los procesos singulares y de la complejidad que implica el ser humano. No somos un organismo mecánico que realiza operaciones matemáticas exactas. Dicha ciencia posee verdades “a priori” de la experiencia, por ello en su formulación abstracta, dos más dos, siempre dará cuatro. Pero en las ciencias humanas y sociales, donde están involucrados el psiquismo y las emociones, la matemática estricta, se diferencia en mucho de tal exactitud de los resultados.

No a todo estímulo será esperable la misma y exacta respuesta, no todos los seres humanos, adultos o niños, van a responder de la misma manera ante una misma situación, experiencia u objeto.

Por lo cual, casi se impone, diría yo, lo singular, lo subjetivo, el caso por caso. Creo que las clasificaciones nosológicas, pueden pretenderse como generalidades que ofrecen una orientación al profesional o una guía sobre el  objeto de estudio de su ciencia, pero no un dogma rígido al cual atenerse sin poder poner-se en juego, él mismo, articulando toda su experiencia y su saber teórico, para así poder “ponerse en juego”, como tal, ante el acto de diagnosticar. El diagnóstico, como la etimología de la palabra lo indica, “dia” = a través de… y “gnosis” = conocimiento; implica… un “implicar-se”, con la disociación instrumental que la práctica requiere, para “conocer” a ese sujeto, persona, ser humano, niño, “otro” que nos consulta. Para facilitar, a través del diálogo y vínculo que debemos saber promover entre el consultante y nosotros los profesionales, acompañándolo con una actitud, abierta, amable, continente y contenedora, a la vez que amable y afectiva, la comunicación imprescindible y necesaria que solo podrá producirse a través de una verdadera escucha, que no es poner “oídos”, a respuestas que un cuestionario promueva; sino la implicación empática de desear conocer qué le pasa a ese ser que se acerca a nosotros en un pedido de ayuda porque padece y des-conoce los motivos, conocimiento que espera de parte del profesional que se supone se ha formado para ello.

En este punto, es también, muy importante observar que nosotros no somos los que poseemos el “saber oracular sentencial e inamovible y para la eternidad” de lo que le ocurre a quién nos consulta, sino que somos “supuesto saber”, porque no poseemos la omnisciencia para decretar una “etiqueta”, que lo estigmatice en una fotografía que lo capture, cual estatua de sal para siempre. Sino, que somos un medio facilitador de un autoconocimiento que permita arribar al insight imprescindible, que posibilite concientizar lo des-conocido que pugna por hacerse escuchar por alguien que lo pueda interpelar y en consecuencia, operar con ello, para que pueda formar parte de la cadena de pensamientos que habían sido capturados por el proceso de la represión generando lo sintomático, lo que vela y devela a la vez, a la espera de la solución de dicho conflicto o contradicción.

Así, sería esperable, que a través de tal calidad de escucha, podamos conocer, ¿por qué consulta?, y realizar un rastreo e historicidad del síntoma, ¿cómo es éste?, ¿desde cuándo ocurre?, ¿cuándo comenzó? ¿de qué manera?. Como cuando realizamos una anamnesis o historia de vida, y muchas veces escuchamos la respuesta “y… desde siempre se distrae…” ó “desde chiquito…”, ó “nunca me escucha cuando le hablo”. Es entonces, que en vez de seguir un cuestionario establecido (que arribará a ADHD ó ADD, que sigue sin decir nada, porque no nos habla de Juancito, no lo describe para conocerlo y saber por qué le pasa lo que le pasa, cómo son los vínculos intersubjetivos que lo constituyen, con lo que tendremos más posibilidades de desentrañar el desajuste, operando con y a través de todos los actores de los diversos ámbitos: familiar, escolar, de pares y hasta del área médica cuando el caso lo requiera) podremos acercarnos e introducirnos en la problemática del consultante y aprehender cómo siente, de qué se evade, cuáles son sus mecanismos de defensa y cómo los pone en juego. Por poner un ejemplo simple, todos experimentamos el miedo (así como si fuera ADHD) pero, ello no justifica ni avala el hecho de que nos receten “miedotina” (a modo de Ritalina) suena a más sensato investigar más profundamente en nosotros mismos para acercarnos a conocer los motivos que nos llevan a desencadenarlo, y de qué manera y ante qué circunstancias eso tiene lugar. Se podría seguir jugando con estas ideas e imaginarnos, si nos administraran “miedotina” y nos eliminaran por completo los miedos, ¿sería saludable o eficaz?, ¿acaso no es un mecanismo defensivo imprescindible, según se lo implemente?

En una de mis consultas, una mamá me describía a su hijo de 5 años como a un cuerpo en movimiento, imparable, que se trepaba a los lugares más impensados por ella, “que no se podía con él”, “que los volvía locos” a ellos en casa, y en la esuela a la docente. Le pregunté qué hacían ellos, los adultos, para contenerlo, y la mamá con gesto de sorpresa (ante mi intervención) y agrandando sus ojos, me respondió: – “¡¡Nada Dra., si el neurólogo dice que tiene ADHD!!” ( en este caso con “H” lo cual lo hacía preocupante y hasta peligroso), entonces, le pregunté cuánto tiempo hacía que tomaba la medicación y me comentó que un año, pero que como no había mejorado nada, la escuela hacía la derivación a mi consulta. Al cabo, de un rato de escucharla cómo “ella no podía”, erigirse en mamá del niño, la interpelé con la siguiente pregunta:- “supongamos que en un determinado momento se trepa al borde de la ventana (y señalo la del consultorio) ¿ud qué haría en ese momento?”, y ella, con gesto de susto y desesperación y estirando los brazos por sobre el escritorio dirigiendo su torso hacia la ventana, respondió: _”Y… ¡¡no lo dejo!!, le grito y lo agarro y no lo dejo!!!”; entonces, intervine diciéndole:-“Ahhh…. Y por qué no implementar la misma conducta ante el resto de las demás circunstancias como las que me describió hasta el momento..”, y ella respondió:- “Es que nunca nadie me dijo lo que me está diciendo ud, y como nos dijeron que tiene un problema en la cabeza… porque no nos escucha, él hace lo que él quiere..”, y le respondí: -“Bueno, ese es el problema por el que uds me consultan, que él hace lo que él quiere, y no lo que le está permitido dentro de los límites necesarios que lo contengan, establecidos por uds, los adultos, que saben de las consecuencias… él está aprendiendo y desconoce el después, de algunas acciones, a los deseos también hay que canalizarlos”.

Fue así, como comenzó, luego de una evaluación diagnóstica, un proceso de tratamiento clínico, a través del cual, y con el trabajo conjunto de la familia y la escuela, Juancito pudo aprehender, incorporar y respetar la escucha a la palabra de los adultos que “no lo atendían a él”, pues, lo dejaban solo ante el estigmatizante etiquetamiento de “ES ÉL”, el que porta un problema que hay que arreglar con algún químico que…. que programe a ningún niño a erigirse en un sujeto, sujeto ¿a qué? a la lengua, a través de la cual se incorporan las normas y las conductas que constituyen a un sujeto y lo integran a un grupo social; una persona, que puede escuchar si previamente ha pasado por la experiencia de ser escuchado.

Recuerdo otro caso, proveniente de un tratamiento con un equipo conformado por un neurólogo y dos psicólogas de uno de los hospitales especializados en niños de nuestro país, este pequeño de 8 años estaba medicado hacía dos años cuando acuden a mi consulta, sus padres estaban desesperados, porque tampoco había mejorado con el hospital perteneciente a su obra social, de una fuerza de seguridad en la que yo he prestado servicio muchos años en calidad de profesional de radio y zona dependiendo del servicio del mismo. Este niño, en la sala de espera, insultaba hablando muy fuerte cada vez que sonaba el portero eléctrico que lo hacía en forma bastante fuerte. No prestaba atención en clase, no realizaba las tareas, y no obedecía a los padres. Éste último lo sometía en algunas ocasiones peligrosas bajo amenazas de castigos corporales que llevaba a cabo, y la mamá durante la mayor cantidad del tiempo que estaba en la casa, lo dejaba hacer porque no podía con él.

En una de las sesiones con los padres, el papá muy indignado, me comentaba una escena en que el hijo lo desafiaba en la mesa ante la tarea escolar, y el papá decía haberse contenido de violentarlo durante un rato hasta que en vez de golpearlo (porque estábamos trabajando las consecuencias perjudiciales de esto y que por otra parte, creo que es parte de nuestro trabajo respecto de la puesta de límites, ayudar a que los educadores o padres, comprendan que poner límites no es lo mismo que ejercer violencia) gritó fuertemente “¡¡¡bastaaaa!!!, te dejás de mover y de decir malas palabras y terminás la tarea!!”, a la vez que se disculpaba por haberse puesto así, ya que estaba empezando a comprender que la educación (y no el sometimiento a través del miedo) se ejerce a través del amor, porque se aprende por empatía y simpatía en el vínculo con el otro, y no de forma antipática o agresiva; y que Juancito, lo miró, cambió totalmente, decía que no sabía qué había ocurrido que pudo dejar de moverse y también, pudo realizar la tarea. En este momento, le pregunté al padre cuántas horas hacía que le había dado la medicación, para no tener dudas de que estaba operando los efectos en los neurotransmisores neuronales del cerebro como el prospecto médico lo indicaba, y me respondió que sí, que como todos los días lo habían hecho, y me miró como confundido y sorprendido, y me decía: -“Vos… por qué lo decís?” (como tomando consciencia de que se podía poner en duda, observando “la clínica”, como diríamos nosotros; ó “los hechos”, como dirían los legos), y entonces, trabajamos, de qué manera se estaba intoxicando el organismo de su hijo, si lo que había operado el cambio no era la pastillita “sin poderes”, sino su actitud y su palabra de padre, que ordena y contiene, la que habían operado el efecto en la modificación de la actitud y la conducta de su hijo.

Así, fuimos trabajando juntos con esta familia, durante dos años. Y, cada tres meses primero, y luego cada seis, debían ir al control neurológico, en el cual el neurólogo le iba disminuyendo la dosis, primero a media pastilla, luego a un cuarto, hasta que antes de quitársela totalmente, el neurólogo le comentó a la mamá qué habíamos hecho, porque le costaba creer lo que era Juancito dos años atrás a quién no podían ni evaluarlo de las “crisis” que hacía y con el transcurso del tratamiento era según aquél profesional y las palabras de estos padres; -“otro chico”. Lo que a veces, algunas personas no toman en cuanta es que solemos ser como nos definen, y en los niños se ven mucho las “profecías autocumplidas”.

Y para concluir, siempre he podido comprobar que  la “hiperactividad” del niño constituía una muy sabia demanda a la “deficitaria atención” de los adultos que al ignorar a esos niños no se ocupan de ponerles límites (entendiendo los límites como el continente imprescindible para poder crecer y desarrollarse). Mejor que los químicos encubridores de dicha realidad, sería brindar las palabras adecuadas que pudieran abrir el interrogante de dichos padres de… “¿qué de mí en esto?”. Después de todo, bien se sabe que “los niños son el síntoma de los padres”. Por ello, muchísimas veces he discutido, como lo sigo haciendo, que el ADHD ó ADD no existe!!!

Bibliografía:

  • Winnicott, D. W. (1971) Realidad y juego, Barcelona: Gedisa.
  • Piaget, J. (1991) Seis estudios de psicología, Barcelona Ed. Labor.
  • Freud, S. (1950 [1895]) Proyecto de Psicología, Obras Completas. Tomo I, Amorrortu, Buenos Aires.
  • Dupuy, G. (s.f.) Nuevas patologías definidas por la presentación sintomática. (Ponencia de clase).

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