Texto

Sujeto del vacío… clínica donde (nada) falta

Amelia Haydee Imbriano en su texto titulado “El mundo inmundo de desechos”[1] nos interpela a pensar que cultura e inconsciente tienen una relación moebiana; por tanto no debemos ser ingenuos respecto de la influencia de los cambios culturales sobre los sujetos.

Dicha afirmación no deja de ser novedosa y actual a las producciones clínicas contemporáneas; aquellas donde muchos analistas en su afán por develar los asombrosos misterios del inconsciente, olvidan que este no solo está estructurado como lenguaje, sino que también es el discurso del Otro; cadenas de gran significación, si de relación moebiana se trata.

Sigmund Freud, muy atento a los aconteceres y relaciones del individuo y la sociedad, escribe en 1930 lo que para algunos será una de sus obras esenciales; me refiero a El Malestar en la Cultura. En aquel escrito el autor nos dirá que la función de la cultura será remediar el sufrimiento humano; sin embargo, los dispositivos que creará para tales efectos son tan represores y limitantes de placer, que prontamente es vista la misma cultura como una nueva causa de sufrimiento.

De esta manera, la sociedad se presentará como una imagen contradictoria para sus habitantes; puesto que, en ella el hombre no puede ser plenamente feliz, pero sin ella no puede sobrevivir. Escisión clara, que se ve reforzada además por la naturaleza agresiva del ser humano y la dicotomía pulsional estructural entre Eros y Thanatos; en este sentido, Freud, acuerda totalmente con la tesis desarrollada por Hobbes “Homo Homini Lupus” dejando entrever las dificultades que le deparará a la cultura el poder dominar a esta bestia.

¿Cómo poder controlar al lobo dominado por la pulsión de muerte? ¿Cómo focalizar esta agresividad de tal forma que no sea el “nosotros” quien resulte dañado?

Freud, de manera perspicaz nos da la respuesta, y para ello utilizará las bases del desarrollo psicológico humano; el niño, por la angustia que le genera dejar de ser amado por los padres, será capaz de renunciar a las pulsiones placenteras; en este primer momento, la autoridad paterna actúa como dominante sobre las pulsiones del niño. Pero cuando la autoridad se interioriza, ya no será necesario el poder de los padres para dominar las pulsiones del niño; ahora existirá el guardián interno del deber ser; quien valiéndose de la culpa generada por los dispositivos culturales y representada por este guardián, enarbolará con fuerza las premisas del sentimiento oceánico “amar al prójimo como a uno mismo” y “no hacer al otro, lo que no te gustaría que te hagan a ti”.

De esta forma, el sujeto, por amor, deberá hacer una renuncia pulsional para entrar a la cultura, o como dijera Lacan, el sujeto entra barrado por esa pérdida que se origina al ingresar al discurso del Otro.

Esta renuncia – perdida, provocará una falta en el sujeto, que permitirá movilizar al deseo como identificación de esa falta fundante; pero al mismo tiempo la renuncia provocará síntoma.

Nos encontramos frente al discurso del amo, aquel que inscribe al sujeto en el Otro por medio de significantes, internándolo en el plano simbólico a costa de su propia pérdida de objeto; ahora su deseo solo puede decirse entre líneas; ahora el objeto ya está perdido; sin embargo, en tanto tal, movilizará el deseo.

Las producciones psicoanalíticas planteadas, aunque muy elocuentes y decidoras en sus análisis, se encuentran desarrolladas en otras épocas; aquella donde prevalecía la neurosis, en  el entramado de una sociedad con límites y represiones claras, la misma que hacía de los sujetos desear otra sociedad, como los niños desean otros padres que por supuesto lo harían mejor que los actuales, los sujetos soñaban con una cultura que no restrinja su flujo deseante.

Hablamos de un momento donde represión – retorno de lo reprimido eran las modalidades del síntoma, el cual, como formación de compromiso representaba el ser del sujeto tomado por el Otro.

De aquel entonces hasta ahora muchas cosas han cambiado en la esfera socio cultural, catorce años después del nuevo milenio la sociedad represora fue quedando atrás, dando auge a lo que podríamos llamar la sociedad seductora, un cambio de tabiques donde la fuerza y sentido casi dogmático del significante “no” fue siendo desplazado por su imagen cuestionadora ¿Por qué no?

Sociedad donde los límites se hacen cada vez más difusos y la seducción actúa como narcótico ante las demandas del otro. Nada parece estar realmente prohibido, la época actual, llamada por muchos como sociedad de consumo intenta persuadir al sujeto mediante objetos que a punta de promociones saciarán su deseo de completud.

Esta pretensión genera inmediatamente una ilusión a develar, me refiero a lo ilimitado del consumo para llegar a ser completo; si asumimos que el vacío se llenará en el consumo ilimitado de objetos, estamos  cayendo en una paradoja de aquellas; y es que lo ilimitado al no tener fin no se completará jamás, por tanto el consumo sin límites está lejos de la ilusión de completud del sujeto; contrariamente a ello, pareciera que son los límites al goce lo que podría asumir un estado tal.

Deleuze y otros pensadores nos advertían hace años que el sujeto no solo era un animal que nacía prematuro, sino que además, jamás podría valerse por sí solo, necesitando de otros objetos para su seguridad. Estos objetos se iban acoplando como maquinas a su cuerpo; la vestimenta era acaso el primero de los acoplados a la máquina, sin embargo hoy pareciera que la lista no tiene fin, armas, rejas eléctricas, guardias, compañías de seguridad, seguros contra incendio, robo, hurto, catástrofes, entre otros, dan cuenta de la percepción de inseguridad en la que se vive actualmente,  objetos que se entrecruzan con otros de supuesta satisfacción, Computadores, notebook, celulares, plasmas, play station, etc. Todos ellos en el auge de la era virtual, la misma que por momentos hace del celular una prolongación de la mano, esas redes que hoy en día parecen mucho más seguras que el encuentro cara a cara.

La sociedad de consumo supo leer muy bien la lógica del sujeto en falta, y fue ahí mismo, en la búsqueda del sujeto por aquello que no posee, donde instaló su aparato de seducción; pero también se instaló posterior a la sociedad de límites, por lo que además se apoderó perspicazmente  del “deseo de liberación” [2] del sujeto al orden y las leyes sociales. “Que no te digan que no puedes hacerlo” y “todo está permitido” parecieran ser las consignas actuales del mercado, quienes, con ofertas a la carta; el menú de opciones busca “satisfacer” hasta el cliente más específico; ya no es tan necesario que te ajustes al Otro, puesto que tu demanda también será escuchada por el mercado; lógica de las satisfacciones individualistas, donde las opciones privadas y diversas consumen también a los que permanecían en los márgenes sociales. La seducción diversifica la oferta, propone más para que uno decida más, sustituye la sujeción uniforme por la libre elección, la homogeneidad por la pluralidad y la austeridad por la realización de los deseos[3].

Nos encontramos frente al discurso capitalista; aquel donde el sujeto se ubica en el lugar de “falso amo” y la verdad se instrumentaliza de tal manera que pareciera no haber punto de castración. Es un discurso en continuidad, donde los objetos pretenden borrar la barra de insatisfacción del sujeto, presentando múltiples variables para lograr el cometido.

En este discurso, el deseo no nace del sujeto, sino que es inscrito por el mercado como nuevo dispositivo del saber;  así, el sujeto es demandado a gozar ilimitadamente con los productos que están a su servicio. El mercado dice que para poder satisfacer tus demandas necesitas el ultimo objeto que salió a disposición; el sujeto presa de la ilusión creada entra en el juego de seducción mercantilista, adquiriendo el objeto de la felicidad; para cuando depare en la realidad que tal objeto no cubrió, ni modifico mayormente su estado, encontrándose igual de faltante que al inicio, el mercado tiene en oferta muchos otros objetos que se inscribirán como engranajes en la máquina del sujeto posmoderno.

Si en las épocas pasadas la falta era estructurante del deseo, hoy en día el deseo esta obturado por los objetos que el mercado impone a la demanda. El discurso capitalista es, sin más, aquel donde la renuncia al goce pulsional es visto como un ataque infundado a las libertades individuales; la sociedad contemporánea tiene un nuevo guardián, esta vez con el imperativo oceánico ¡goza!

De esta manera el estatuto de la falta como organizador de subjetividad y productor de deseo ya no existe como tal, la sociedad de consumo demuestra una y otra vez que no existe límite al deseo impuesto, y que en todo caso lo que predomina es un vacío que los objetos pretenden llenar; si el vacío persiste, nada tiene que ver con la falta fundacional, sino con la oportunidad para llenar el vacío con algunos de los objetos a su servicio.

Esto es lo que algunos autores han llamado clínica del vacío, separando marginalmente la falta del vacío, entendiendo que la falta en ser, tal como lo enseñara Lacan, es aquella estructural en la constitución del sujeto la que nos permitirá desear de manera única, particular y subjetiva; manifestándose solo en el encuentro con el Otro.

Nosotros sabemos que el deseo nunca se satisface completamente, y que por ningún motivo se concentra en el deseo de un objeto, como pretende hacerlo creer la sociedad de consumo, sino que este entra en articulación con el Otro.

Sin embargo, lo que acontece en la época del discurso capitalista es una transformación de la falta, taponando con objetos de consumo y amordazando el deseo real por mandatos afuerinos del mismo, de esta forma lo que se logra es una metamorfosis de la falta nombrada por un vacío sin palabras.

¿Qué pasa si la articulación con el Otro ya no es tal? ¿Cómo se plantea el sujeto posmoderno ante la caída del Otro de la garantía, del Otro de la ley?

Lacan ya nos advertía acerca de la vinculación del sujeto al Otro, diciendo que la transacción ocurre al ceder goce al Otro a cambio de su inscripción simbólica, la cual se registra en el sujeto a partir de la castración.

Hoy, la sociedad seductora nos aliena al goce irrestricto de la desvinculación con el Otro, niega la castración ante la saturación de objetos “deseados”, ilusiona la completud por medio del consumo; hoy el sujeto reniega la castración, hoy vivimos en una sociedad narcisista.

El discurso capitalista con el imperativo a gozar lleva a los sujetos al punto de quitar el pudor del goce, pero sucede que sin pudor no hay división subjetiva, encontrándonos con un rechazo a la castración[4] que desorienta, cuyo único anclaje pareciera ser el consumo de objeto que el mercado ofrece en una sociedad que privilegia la desvergüenza.

Como nos dijera Jacques André, a propósito de la sexualidad en los tiempos actuales: “hoy, una joven de 19 años puede consultar al psicoanalista, como me sucedió hace poco, porque la idea de ser todavía virgen a los 20 años la avergüenza y anhela ser liberada de lo que obstaculiza su pasaje al acto”[5]

El sujeto de la actualidad se presenta ante la seducción con un vacío que angustia; alienándolo al consumo con la falsa ilusión de completud. La desconexión con el Otro, despliega al sujeto a la deriva intentando construir algo de su subjetividad en el encuentro de objetos.

El angustiante vacío amordaza a tal punto que la clínica actual presenta lo que algunos autores han llamado patologías de época; trastornos alimentarios, trastornos de angustia (significados actualmente como crisis de pánico), adicciones, cortes autoinfligidos, etc. Demostrando que estas nuevas construcciones se emplazan no como patologías nuevas[6] sino como formaciones en desvinculación, en una sociedad donde el Otro ya no existe.

Estas nuevas formaciones, obligan al analista entrar en las producciones del discurso capitalista, una donde la asociación libre queda hoy en día por el lado del psicoanálisis salvaje.

El trabajo actual debe reconstruir los vínculos con el Otro simbólico, destapando el vacío para desplazarlo nuevamente en el estatuto de la falta.

Por último, es necesario reflexionar acerca de la presentación de Jacques André, la liberación de la vergüenza para concretar un mandato actual nos enfrenta a la siguiente problemática; el mandato posmoderno del goce ilimitado rompe con la culpa significada en la vergüenza, esto genera una angustia por no inscribirse en los nuevos ideales contemporáneos.

Pretender liberarse de la cicatriz que genera la división subjetiva no solo implica un problema futuro mayor, sino que además su resolución estaría a la altura de la venta del sillón de don Otto[7].

¿Qué soy? ¿Qué quiero? ¿Para dónde voy? ¿Qué deseo? Parecieran ser las nuevas preguntas en una sociedad donde el saber pertenece cada vez menos al sujeto.

Bibliografía

  • Cucagna Andrea (Comp), Ecos y Matices en Psicoanálisis Aplicado: Clínica de la Psicosis, La Fobia, el FPS y el Pequeño Grupo, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2005
  • Freud Sigmund, El Porvenir de una Ilusión, El Malestar en la Cultura y Otras Obras, Obras Completas, Tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 2012.
  • Glocer Leticia (comp), El Cuerpo: Lenguajes y Silencios, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2008
  • Lacan Jacques, El Reverso del Psicoanálisis, Seminario 17, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2006
  • Lipovetsky Gilles (1986), La Era del Vacío, Barcelona, Editorial Anagrama, 2002
  • Revista Psicoanálisis y el Hospital, ¿Patologías de Época?, N° 24, Buenos Aires, 2003

Notas

[1] Texto publicado en la revista Psicoanálisis y el Hospital, ¿Patologías de Época?, N° 24, Buenos Aires, Noviembre 2003, p. 20

[2] Si acaso existe tal deseo…

[3] También la noción de pobreza ha cambiado en la época contemporánea, recuerdo mis inicios en trabajos sociales, donde se podían apreciar casas en cuyo interior el piso era de tierra, porque las familias no tenían plata siquiera para construir el radier, por tanto el polvo en suspensión se evidenciaba con mayor frecuencia cada vez que los niñitos del hogar revoloteaban con las ultimas zapatillas nike del mercado, ese polvo por momentos opacaba el reflejo en la tierra del plasma instalado por la familia en el living del hogar; ilusión falsa de satisfacción por lo material, que nos hace estar sintonizados a como dé lugar por este nuevo culto.

[4] Más que rechazo a la castración podríamos hablar de renegación, aludiendo claramente a la época narcisista.

[5] André Jacques, El cuerpo frente a la feminidad, en Glocer L. (comp) “El cuerpo: Lenguajes y silencios”, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2008, p. 69

[6] Pretender que los trastornos alimentarios, las crisis de angustia y los atentados contra el cuerpo son formaciones patológicas actuales, seria simplemente desconocer la producción subjetiva en la historia.

[7] Fritz le dice a Don Otto que su mujer lo engaña con Frederick y que los ha visto haciendo el amor en el sillón. Don Otto decide que no aceptará esta situación y le dará una solución drástica. Pocos días después, se vuelven a encontrar los dos amigos y Fritz le pregunta a Don Otto que ha hecho para resolver el problema. Don Otto, muy ufano, le dice que ha resuelto el problema para siempre. ¿Y cómo lo has hecho?, le pregunta Fritz. Don Otto le dice: “Muy simple, vendí el sillón”.

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