Texto

¿Qué ves cuando me ves?

Las redes sociales virtuales, en tiempos de Facebook, han cobrado una masividad asombrosa y ocupan para los más jóvenes un lugar preponderante en su vinculación cotidiana con otros.

Estos espacios virtuales ofrecen una atractiva posibilidad, que pareciera ser en la que radica la clave de su éxito entre los chicos: mirar y hacerse mirar. Con el aditivo de no tener que poner el cuerpo en la escena de intercambio que se produce en el chat, en el Muro, al “etiquetarse” con otros, mostrar fotos y demás comandos de la red.

Esto mismo es lo que genera en algunos, cierto efecto ilusorio de no estar exponiendo nada que sea realmente propio, por tratarse de un medio virtual, en el que pueden armar un personaje y expresarse con mayor libertad, hasta con cierta impunidad. Y en otros, por el contrario, inspira la certeza de reafirmarse en cada publicación o comentario que realizan al universo de sus “Amigos”.

En cualquiera de los casos, los resultados están a la vista: el adolescente no siempre llega a registrar cuándo está traspasando la línea de lo privado a lo público y, las más de las veces, queda expuesto de un modo en el que su intimidad se entremezcla con la arena en la que batallan por ver quién (el que se hace mirar) llama más la atención de los demás (los que miran): quién “publica” más y mejor, con más frecuencia, quién recibe más “Me gusta”, quién sube las fotos más osadas y cuenta las vivencias más privadas – llegando incluso a exponerse a situaciones de riesgo, como el contacto indeseado de mayores de edad en busca de menores para vulnerar.

Así también hay riesgos menos brutales, pero de todas formas dolorosos. Exponerse a los prejuicios ajenos, al desprecio del grupo de pares, a la circulación de información delicada que no debiera darse ni recibirse sin una contención adecuada. Y la lista sigue.

Es indispensable diferenciar, en este punto, a niños de adolescentes. Los niños se encuentran aún en condiciones de mayor inmadurez emocional y, por ende, de máxima vulnerabilidad, motivo por el cual los esfuerzos por mantenerlos al margen de conductas de exposición deben redoblarse y es responsabilidad de los adultos protegerlos de tales excesos.

Para los adolescentes, en cambio, mostrarse en la red no está muy lejos de cualquier otra forma de actuar, en la que la intimidad es un valor relativo. De hecho, cierto descuido ante el peligro, les es una característica propia.

La intimidad no está dada desde el vamos: es algo que cada sujeto construye y que sólo cobra cabal valor a partir del reconocimiento de sí mismo como ser diferenciado de los otros. Esta es la tarea principal que enfrenta el adolescente, cumplida la cual, el sujeto habrá entrado en su adultez.

Es por eso, porque el adolescente está habilitado a transgredir puesto que aún no construyó sus propios límites, que se espera que los adultos que lo rodean no le suelten la mano mientras transita el camino hacia la madurez.

La dificultad que surge al intentar ayudarlos es que, para los chicos, lo que hacen en Facebook, por ejemplo, ES su intimidad, pertenece a su mundo, forma parte de su privacidad y, curiosamente, se resisten a que sus mayores interfieran en una práctica que suponen privada…siendo mega-pública.

Cualquier posible vía de intervención, por parte de los padres, debe contemplar esta paradoja y ser respetuosa de lo que el joven plantea. Es fundamental poder dialogar sobre los peligros reales y potenciales, así como compartir cuáles son las ideas que cada integrante de la familia tiene de la intimidad, de la privacidad, del cuerpo, de la imagen, de la amistad. De manera tal, que los chicos se queden pensando en lugar de sentirse atacados y dar un portazo para zambullirse con sus Amigos, virtuales y no tanto.

Transmitirles que exponerse nunca es gratis, sin dramatizar ni volverse autoritario, les devuelve de una manera más efectiva que, en última instancia: cada uno es el principal responsable del cuidado de sí mismo.

Leave a Comment

Your email address will not be published.

× 11 5747-7300 WhatsApp