Presentación del libro de Eduardo Laso. Ética y Malestar. Ensayos sobre ética y psicoanálisis.
Lila Isacovich
Ante todo le agradezco a Eduardo Laso la oportunidad de leer su libro con la dedicación que una presentación requiere. El texto es tan medular y minucioso que su lectura no deja lugar a dudas sobre su preocupación ética, sostenida a lo largo de tanto tiempo. Este compromiso es elocuente respecto de su posición, ya que no es frecuente encontrar entre los analistas una interrogación tan cabal sobre los problemas humanos como la que Eduardo persigue en tan vasta y fecunda investigación, más allá de los límites del psicoanálisis, aunque se centre en esa perspectiva.
Sirviéndome de los pormenorizados recorridos conceptuales de Miriam y Ana, me puedo dar el lujo de contar las múltiples resonancias que me evocó la lectura del libro.
“Serás lo que debas ser, si no, no serás nada” este epígrafe figuraba en todos los boletines impresos de las escuelas públicas primarias en nuestra época, adjudicado a San Martín. Aunque me perseguía inexorablemente mes a mes, cuando nos entregaban las calificaciones, sin embargo, y siendo tan pequeña, me producía al mismo tiempo cierta sensación de alivio: no tenía la menor idea sobre qué “debía ser”, pero si eso estaba escrito y no dependía de mí, de alguna manera me liberaba del yugo de la elección, de la decisión en la deriva deseante, y de la responsabilidad, si se quiere. Si el deber ser me trascendía, bueno…entonces no recaía todo el peso sobre mí… y mis calificaciones terminaban siendo lo que debían ser, pues no eran otras.
El imperativo categórico resulta apaciguante, por la certeza que brinda si se compara con la incertidumbre del deseo inconsciente y su zigzagueante devenir. El imperativo categórico deja al sujeto siempre en falta, no puede escapar al autorreproche, y la razón no lo modifica por el mero paso del tiempo.
En el último capítulo sobre la obediencia, Eduardo analiza el libro El lector, cuya película, dicho sea de paso, invitamos a todos a ver y debatir aquí mismo el sábado 25 de junio.
Los protagonistas encarnan a dos generaciones de alemanes: la que participó del genocidio y la que nació heredando el peso de ese pasado. La pregunta central de la novela es ¿amar a alguien que ha hecho algo imperdonable lo hace a uno cómplice?
El tema – como bien mencionó Ana Staw -, nos toca tan de cerca, tan de cerca, que se superpuso la lectura del libro de Eduardo con la publicación en el Diario Clarín, el pasado martes 24, del artículo titulado De la barbarie a la etapa de curar heridas, a propósito de la reciente aparición del libro Hijos de los 70, donde las periodistas argentinas Astrid Pikielny y Carolina Arenes recogen testimonios de hijos de uno y otro lado de nuestra aberrante historia.
El artículo, comentando el libro, se pregunta: “¿Nos dejaremos interpelar por estos hijos arriesgándonos a un inquietante cambio de perspectiva o nos quedaremos inmóviles en nuestras antiguas y tranquilizadoras certezas, en nuestro pequeño mundo de buenos (nosotros, claro) y malos, que serán siempre eso: los “otros”?”
El otro eje de la trama de El lector recae en el deber de obediencia y por eso se vuelve problemático calificar de victimaria a Hanna (¿Será otra pura coincidencia el nombre del personaje?) Hanna es guardiana de un campo de concentración, quien tuvo a su cargo la custodia de 300 mujeres que mueren quemadas al incendiarse la iglesia donde estaban encerradas durante un bombardeo, y años después se la acusa en juicio de haberlas dejado morir. Ella aduce, precisamente, obediencia debida. Pero se nos muestra inocente, un alma bella. Los encendidos rechazos que suscitó la novela entre investigadores del genocidio nazi vuelven a traer el rechazo de la comunidad judía por la posición de Hannah Arendt, que le valió poco menos que su exoneración. Es que ella tenía algo muy incómodo que decir respecto del hombrecito gris, la banalidad del mal, el deber de obediencia tan vigente en nuestra propia historia.
Pero no es sólo eso ¿acaso Freud no postuló antes algo mucho más incómodo? Afirmar que la víctima y el victimario son dos caras de un solo y mismo fantasma, el del par sado-masoquista, es políticamente bastante más incorrecto. Por algo dijo que era responsable de infligirle la tercera herida narcisista a la humanidad.
¿Qué es lo que resulta tan inconveniente?
Citando a Eduardo: “Lacan plantea que Kant hurta el objeto desde donde se sostiene el lugar de enunciación de la ley moral. Dejar de lado todo objeto de deseo y todo sentimiento para acceder al acto ético implica ir hacia un mandato de goce que para Lacan no carece de objeto, sólo que no es situable desde las categorías de la razón pura: ese objeto es la voz imperativa, que ordena gozar. El objeto voz que se articula en forma de una ley como una orden que proviene de una voz éxtima, interior pero del Otro, y exige obediencia. De ahí dirá que, a diferencia de Kant, Sade es más honesto, porque no oculta el objeto en juego. Donde Kant abre la diferencia entre bienestar y Bien para situar la ética en un campo que obliga al sujeto a ir más allá del principio del placer, allí sitúa Sade el campo del goce.”
La autora del mencionado artículo de Clarín es Graciela Fainstein, con quien hemos compartido desde siempre la vida y sus avatares. Lo menciono porque algunos de los aquí presentes, incluidos quienes compartimos esta mesa, saben que años atrás publiqué el trabajo “Detrás de los ojos”, donde me refería al libro homónimo escrito por ella, quien es una ex detenida-desaparecida. Este libro lo publicó en 2006, 30 años después de ocurridos los horrorosos hechos del ´76.
Mi comentario se centró precisamente en el tema de la víctima y el victimario, ya que ella misma, 30 años después, llega a la conclusión que había cumplido estrictamente el mandato de sus verdugos, antes de devolverla viva: “No digas nada de todo esto, olvídalo”, habiéndose juramentado a sí misma no vivir el resto de su vida como eterna víctima y renunciando a implicarse en declaraciones ante jueces y organismos, rechazando cualquier tipo de compensación.
Luego de lo que ella llama “el estallido” – el delirio de suponer que las agujas con electricidad que le aplicaba la acupunturista estarían envenenadas – comienza a transitar el largo camino del reconocimiento y dice: “Hoy todo se invierte: la amnesia ya no me parece un triunfo, sino una derrota… Hoy el recuerdo se ha convertido en mi venganza, de la misma forma que alguna vez lo fue el olvido” En aquél momento reconocía que la historia no tenía final, que no había llegado aún a su final, ya que seguía oyendo dentro de su cabeza: “¿Cómo fue posible? ¿Cómo sigue siendo posible?”
Comprendió que los lugares del torturador y de la víctima pueden llegar a ser intercambiables cuando los dos forman parte de la misma lógica. La lógica que Eduardo subraya en Hannah Arendt, la del “todo es posible” “todo es necesario”.
En palabras de Graciela: “Hoy sé que lo que comprendí de una forma tan clara y rotunda fue que ser un militante político, comunista, maoísta, socialista, nazi o fascista, llevado hasta sus últimas consecuencias, a ese punto en que la ideología llega a su destino, a su carácter de sistema total y completo en el cual todo tiene una explicación… En aquel momento comprendiste que por alguna razón inexplicable habías sido expulsada violentamente de un círculo cósmico de significado. Habías vivido en este círculo desde tu más tierna infancia y en él todo tenía una explicación, todo fenómeno se adaptaba a una visión completa del mundo. Pero luego tu cuerpo se vio asolado por un terremoto que rompió de un golpe todo ese universo de significado, porque ningún sistema de ideas era capaz de explicártelo.”
Concluye su testimonio afirmando que “No se tiene derecho a callar lo que es imposible de decir, por eso estos apuntes son una batalla contra lo indecible.”
Entiendo que Eduardo recorre los meandros de tamaña paradoja pasando por todos los interrogantes que encierra.
Y profundamente agradecida a ambos por tan necesaria y pertinaz tarea.-
27/8/2017