Texto

El sujeto por venir o el futuro anterior

Lila Isacovich                                                                                                                     

No siempre – o más bien pocas veces – coincide el tiempo subjetivo con el del Otro.[1] Se trata de una discordancia estructural.

Lacan definió el trauma como el encuentro con la falta en el Otro, el tropiezo estructurante, aún antes de haberse constituido la subjetividad.

Esa anterioridad lógica es la clave que Freud descubre desde sus primeras elucubraciones, fundando una razón de estructura: la temporalidad en retardo o nachträglich, que será el leitmotiv de nuestro texto.

El trauma es actual

Cuando, en la Carta 39, Freud descubre que “[…] El retardo de la conciencia secundaria nos ofrece una simple explicación de los procesos neuróticos“, pone entre paréntesis “(¡Sic!)“. No es para menos. Acaba de descubrir todo el problema de la temporalidad del sujeto. Explica que “[…] Los procesos de percepción envolverían eo ipso* conciencia, y sólo después* de devenir conscientes ejercerían sus ulteriores efectos psíquicos; los procesos ψ serían en sí y por sí inconscientes, y sólo con posterioridad recibirían una conciencia artificial secundaria, enlazándose con procesos de descarga y percepción (asociación lingüística)“.[2]

Así, reserva el término “traumático” para las percepciones particularmente intensas que no puedan ser traspuestas en calidad de representaciones, y por lo tanto “perdidas”. Esa pérdida refiere tanto a su condición de origen como a su destino final.

Lo traumático está en exceso; es una excitación que rebasa la protección anti estímulo y constituye la ocasión inmediata de las represiones primordiales; retiene restos de percepción sensoriales – lo visto, lo oído – que no han podido significarse siguiendo el derrotero que hubiera posibilitado su olvido. Todo indica que el trauma no pertenece al pasado – como clásicamente se lo concibió -, ya que conserva los caracteres sensoriales con fijeza. Lo que no ha podido significarse de ningún otro modo en lo sucesivo, se comporta como lo igual en lo actual, imposible de reprimir o de olvidar – dos circuitos diferentes pero ninguno transitado en este caso -. No se padece del pasado, sino de lo que no ha podido devenir pasado, tanto en el sentido temporal como tópico. Según lo postulado desde el “Proyecto”, con cuanta más frecuencia se lo recuerde, tanto más inhibido resulta el desprendimiento de afecto.

Sin embargo, en la Carta 52 Freud advierte que a menudo nos empeñamos en vano contra recuerdos de máximo displacer, que se nos imponen una y otra vez. Esta constatación contradice el principio de evitación del displacer, salvo que admitamos que esa insistencia expresa el reiterado fracaso del intento de tramitación psíquica. Ahora bien, hay un caso para el cual la inhibición no se cumple porque cada re-despertar desprende un displacer nuevo. El recuerdo se comporta, en tal caso, como algo actual. A ese caso lo llama “sexual”, porque las magnitudes de excitación que desprende crecen por sí solas con el tiempo, producen efectos como si fueran actuales y no resultan inhibibles; por el contrario, con las reactivaciones, se potencian en lugar de desgastarse.[3]

De paso, observemos que el propósito freudiano no comienza por definir lo sexual, sino que, al revés, es el nombre con el que designa lo que resiste su desactivación. Es con lo que tropieza al advertir que no todo es representable o no todo admite su re-transcripción, en otros términos: aunque se repita, no cesa de no escribirse. Esta imposibilidad, lo aún no tramitado, lo aún no reconocido o no significado ¿no es acaso lo actual? Cuando no se logra desactivar los restos perceptivos que lo mantienen en el plano actual, sucede que la bomba sigue estallando, como en los sueños de guerra. Freud se refiere a ese trabajo del análisis con los términos “despotenciar el recuerdo, empalidecerlo, debilitar las impresiones, desvalorizarlas, quitarles su investidura energética”.[4]

La pérdida de goce es solidaria de la discontinuidad temporal

Nuestra temporalidad oscila entre la anticipación y la retroacción, que es siempre resignificación. Términos tan sugestivos como “recuerdos actuales” o “recuerdos de lo que nunca fue olvidado”, hablan de una subversión temporal que altera la cronología: el tiempo lineal que, simbólica e imaginariamente, el sujeto ordena en pasado, presente y futuro.

El sujeto freudiano está hecho de tiempo; todo el campo del inconsciente, la sincronía significante, se despliega errático y pulsátil por la diacronía.

Si Freud, en la Carta 52, afirma que la primera huella del aparato psíquico es en simultaneidad, ¿lo es respecto de qué? Respecto de sí misma, ya que el signo perceptivo – como su nombre lo indica- no es significante porque no tiene otro referente; es único. No hay antes ni después: sería el punto cero del tiempo subjetivo, como primer corte en relación al tiempo real. A partir de allí, y por las sucesivas transcripciones, podrá empezar a contarse el tiempo y a desplegarse el espacio que quedará definido por las coordenadas que establecen el campo del sujeto,[5] tal como quedará graficado en el Esquema del peine.[6]

Wo Es war…

Freud habla de una discordancia temporal que engendra al aparato mismo, dada por la diferencia de tiempo entre el momento de la percepción, su reconocimiento, y el de la significación de esa percepción.[7] Ese reconocimiento de lo exterior, que sólo puede darse por comparación con lo conocido, es siempre a posteriori, après-coup, después del golpe. Esa discordancia temporal abre el campo mismo de la significación, que llega en un tiempo segundo, con retraso respecto de la percepción. Esta es la partición del sujeto, dominada por esa discordancia temporal irreductible entre lo que fue y lo que habrá de ser; entre eso que el yo fue, primero -alteración del ello, percepción que devino inconsciente- y, por otro lado, lo que se esfuerza por ser, que retorna en el recuerdo reproductivo, en la palabra. Cuando se realiza como efecto sujeto, entonces, “habré sido”. “Wo Es war, soll Ich werden”: “Donde era, he de ser” -en la traducción literal-, que puede leerse “Donde eso era, el sujeto ha de advenir”.

Freud afirma que: “Los procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este ni, en general, tienen relación alguna con él.” [8]

¿Qué se entiende por atemporalidad de los procesos del Icc? Se alude al inconsciente estructural como aquél donde nada es pasado ni está olvidado, como atemporal, ya que esa escritura no participa de la organización temporal que un discurso despliega en la diacronía significante.

En el sistema Icc no hay registro del tiempo en el sentido simbólico, cronológico. Cuando nos referimos al Icc estructural, se trata de lo sistemático, y no de lo reprimido que puede retornar. Por eso Freud reserva la notación “Icc” para el sistema, y el adjetivo “inconsciente” para denotar la propiedad. Se alude al Icc estructural como aquél donde nada es pasado ni está olvidado, y entonces se comporta como actual.

Ahora bien: si lo “actual” es la hendidura en la que se descubre lo aún por significar, allí no hay sujeto. Allí se discierne la tarea específica del análisis: posibilitar el efecto sujeto, historiar la marca, mudar lo actual en pasado, por la vía de la significación y el olvido. Esta operación concierne una transformación cualitativa del tiempo. La resignificación es permanente: si cada vez es diferente, una nueva, se desgasta la actualidad del acontecimiento. Esa pérdida de goce ocurre si la función del corte posibilita “pasar al pasado” el síntoma, desactivando su eficacia presente. El sujeto sufre las marcas de la enunciación según su deseo, y es efecto de ese corte en la continuidad temporal, que reorganiza los registros imaginario y simbólico del tiempo. Más allá de esas dos dimensiones, que percibimos como “el paso del tiempo”, surge la dimensión “real” del tiempo, por la que nosotros pasamos y que nos trasciende. Esa intuición del tiempo “real”, nos encuentra barrados por la vivencia de la finitud, un nombre de la castración.

…soll Ich werden.

La posibilidad de resignificar una huella – o, más bien, de significarla- espera en souffrance. El sujeto está arrojado al devenir significante según las nuevas asociaciones establecidas en el análisis. Por eso mismo, no puede prescindir de otro, el analista, dado que hay nexos a construir, de los que el sujeto no puede saber. El analista tampoco, desde ya, pero intenta escuchar las resonancias de lo que está en falta, de lo no sabido.

El análisis horada permanentemente la ilusión del “estaba escrito” como Destino, en sentido contrario al del sujeto supuesto al saber. Por eso abre al futuro, porque levanta la hipoteca con el pasado, en la convicción de que algo nuevo siempre puede advenir, escribirse por primera vez. Esto, en consecuencia, importa una modalidad diferente de percepción del tiempo: si algo está por escribirse, el tiempo se relanza hacia el futuro, que es, cada vez, el instante en que ese efecto sujeto tiene lugar.

El Icc estructural, por serlo, deja abierta siempre la posibilidad de ser conocido de nuevo, en la medida en que aún no ha sido tramitado, es decir, significado y olvidado. El dispositivo del análisis habilita un sujeto advertido de que lo “necesario” del pasado es solo una ilusión, efecto de la retroacción que convierte lo posible en necesario. Constituimos el pasado mientras vamos olvidando, borrando (como en la pizarra mágica). El sujeto mismo se construye en cada una de sus pérdidas, entre “[…] lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma […]” [9], entre lo expulsado y lo afirmado, lo escrito y lo que no cesa de no escribirse. El olvido es condición de la memoria, siempre que lo actual se pueda tramitar y no rechazar, tanto en el sentido primario como secundario de la represión.

“El sujeto traduce una sincronía significante en una pulsación temporal primordial” decía Lacan, y diferenciaba “la retroacción del significante en su eficacia, que hay que distinguir totalmente de la causa final”. [10] La retroacción restablece la linealidad temporal de manera invertida. Por el contrario, el efecto retardado implica, no la vuelta hacia atrás en un espacio imaginario, sino el destiempo como “moción suspendida”.[11] Ese instante es inaprensible. Esa imposibilidad divide al sujeto entre la temporalidad lineal continua – sea ésta progrediente o retroactiva – y lo atemporal.

El destiempo, como “moción suspendida”, realiza la imposible coincidencia entre la diacronía y la sincronía del lenguaje. El sujeto resulta escindido por ese desencuentro entre el devenir y lo atemporal. En esa partición emerge, en un instante, la dimensión del acontecimiento, que resignifica todo lo anterior. Es la del tiempo inconsciente, tan particular e inefable, que en la gramática llamamos futuro anterior: “habré sido”, opuesto al tiempo neurótico superyoico que se enuncia “hubiera o hubiese (sido)”.

En “Subversión del sujeto”[12], lo que el discurso realiza al vaciarse como palabra, ese corte de la cadena significante, es lo único que verifica la estructura del sujeto como discontinuidad en lo real. Es la vía donde se cumple el imperativo 〔Wo Es war, soll Ich werden〕Si ello no hubiese estado ¿cómo llegar allí mismo para hacerme ser allí, por el hecho de enunciarlo ahora? Allí donde estaba en este mismo momento, allí donde por poco estaba, yo [je] puedo venir al ser desapareciendo de mi dicho. Hay un efecto de retroversión por el cual el sujeto en cada etapa se convierte en lo que era como antes y se anuncia “habrá sido”; donde el sujeto sustituye al ideal del yo, esa imagen, anticipada, que tomó de sí mismo en su espejo y que es un desconocimiento esencial. El sujeto que cree poder tener acceso a sí mismo designándose en el enunciado como “yo”, no es otra cosa que un objeto parcial.

Lacan desarrolla esta idea en el Seminario “El acto psicoanalítico”[13], donde la revelación del pienso, del inconsciente, implica esta dimensión de desactivado que hace que ahí donde más seguramente pienso, al darme cuenta, era. Es lo que define la alienación primera: “donde soy, no pienso”. O no pienso, o no soy. Es una elección forzada. Ese es el lugar de partida: es un no pienso, un sujeto por venir, la dimensión del eso. El esfuerzo que nos demanda día tras día ese ejercicio de la desalienación, es lo que se hace escuchar a gritos en el malestar en la cultura. Así, el parlêtre, en-ajenado, insiste en decirse en la lengua del Otro, resistiéndose a la imposible coincidencia entre su “ser” y su decir.

La ilusión de lo verdadero

En “El Yo y el Ello”, leemos: “Estas representaciones-palabra son restos mnémicos; una vez fueron percepciones y, como todos los restos mnémicos, pueden devenir de nuevo conscientes. […] nos parece vislumbrar una nueva intelección: solo puede devenir consciente lo que ya una vez fue percepción Cc; […] lo que desde adentro quiere devenir consciente tiene que intentar trasponerse en percepciones exteriores. Eso se vuelve posible por medio de las huellas mnémicas”. [14]

Pero esa trasposición, como lo indica este término, es lo opuesto a la agregación de saber. La trasposición es precisamente una nueva percepción, algo que viene de afuera, una nueva cualidad. No es el reforzamiento que proviene de lo reconocido desde adentro, del sistema preconsciente, sino algo nuevo, desconocido. Un nexo que no estaba. Esto es efecto de la interpretación.

Aquí, Freud se refiere a lo que ya fue alguna vez consciente, es decir, lo reprimido en el sentido dinámico. Logrará retornar a la conciencia sólo a través de los restos mnémicos auditivos de la palabra oída y los restos ópticos de las cosas del mundo, si cuenta con esos soportes “materiales”. Vale decir que lo reprimido no son esos restos mnémicos mismos, sino que esas huellas proveen el medio para procurar ese cambio de estatuto. Ya en el “Proyecto” anticipaba que “También esta clase de recuerdos pueden ahora devenir conscientes. Todavía resta asociar sonidos deliberados con las percepciones, y entonces los recuerdos, cuando se registren los signos de descarga sonora, devendrán conscientes como las percepciones y podrán ser investidos desde ψ.”[15]En este sentido, podríamos homologar la interpretación con esos sonidos deliberados que -provenientes del exterior- reactivan las huellas, posibilitando la emergencia del recuerdo.

“Si comunicamos a un paciente una representación que él reprimió en su tiempo, […] ello al principio en nada modifica su estado psíquico. […] Pero la más somera reflexión muestra que la identidad entre la comunicación y el recuerdo reprimido del paciente no es sino aparente. El tener-oído y el tener-vivenciado son, por su naturaleza psicológica, dos cosas por entero diversas, por más que posean idéntico contenido”.  [16]

“En realidad, la cancelación de la represión no sobreviene hasta que la representación consciente, tras vencer las resistencias, entra en conexión con la huella mnémica inconsciente”. [17]

Y, ya en la carta 52: “Desde esta Prc (preconciencia) las investiduras devienen conscientes de acuerdo con ciertas reglas, y por cierto que esta conciencia- pensar* secundaria es de efecto posterior {nachträglich} en el orden del tiempo, probablemente anudada a la reactivación alucinatoria de representaciones-palabra”.[18]

Podemos sospechar, entonces, que toda confirmación (“solución”) de este género puede ser resistencial. Lo que significaría que, en realidad, el trabajo de rellenado de las lagunas mnémicas sería más bien encubridor, como todo recuerdo. O tendría, estrictamente hablando, una connotación alucinatoria, en el sentido de ilusoria o imaginaria.

La certeza proviene de la sobrecarga de los propios pensamientos, que entonces son tenidos por percepciones y, por ende, por verdaderos. Vale decir que, en el recuerdo reproductivo, no encontraremos sino el reconocimiento de lo conocido; incluso aunque tengamos algo por cierto y verdadero, no habremos salido del terreno de la autosugestión o de la conciencia de sí (o, dicho en otros términos, del fantasma).

Al dejar tan al descubierto lo “verdadero”, quizá esa intelección freudiana arroje alguna luz sobre el problema de la inscripción, que es, en suma, lo que está en juego.

La inscripción de lo nuevo

Aquello que no entró en la cadena significante porque nunca fue percibido o inscripto, ¿qué perspectivas tiene de poder significarse?

Tal como está planteada, la rememoración es insuficiente para dar lugar a lo nuevo, a lo diferente, ya que no puede reeditarse más que aquello que alguna vez ya se registró. La repetición significante, en cambio, trae lo nuevo por comparación con lo ya conocido, y así se establecen las diferencias entre un adentro y un afuera. Si se encuentran discrepancias – y siempre que la insatisfacción no las rechace – podrá anotarse lo no conocido. Así, cada vez que se constata que “no es eso”, se relanza la búsqueda.

Definimos lo Urverdrangt como lo incognoscible o indecible. Es aquello que hace límite a la rememoración: frontera, borde. Es el ombligo del sueño que no ha accedido al estatuto representacional, lo que espera en sufrimiento, exige tramitación e insiste hasta obtenerla; lo que no quiere decir que se reduzca, ya que el movimiento deseante se encarga de recrearlo permanentemente. Cuando decimos que lo no conocido funciona como causa y a la vez límite de la rememoración, nos resta aún la tarea de dar la razón de esas perspectivas. Incluso aunque, de hecho, la práctica del análisis muestre que algo se inscribe por vez primera.

Cuando alguien habla, no por eso sabe lo que dice; incluso, ese no saber causa su decir. Pero hay más de una manera de no saber: están los materiales de los que puede disponer, que vienen en su auxilio al hacer un ejercicio de rememoración, y aquellos inaccesibles. El objetivo es invariable: la supresión de las lagunas del recuerdo; pero cada vez que surge un sujeto soportando la función de agente de esa empresa, se revela como obstáculo en sí mismo.

Ese obstáculo es la realidad más duramente teórica de nuestra práctica, antes que un problema técnico. ¿Buscamos un recordar sin sujeto que recuerde? ¿No lo habíamos hallado ya en el síntoma neurótico? La noción de inconsciente que se pone de manifiesto en el síntoma, es solidaria de la noción del inconsciente como memoria sin recuerdo: “[…] Freud construye la caída de la noción de “creer” ignorar, para reconocer que el sujeto, en efecto, ignora.” [19]

El sujeto se extraña de esas representaciones-cosa que no reconoce porque carecen de texto, al menos hasta que logra enlazarlas con representaciones-palabra que primero oyó a los otros, y de las que luego puede apropiarse.

Mientras que el goce es más de lo mismo en el sentido del reconocimiento de lo conocido, el deseo busca incansablemente la diferencia y encuentra la inquietante posibilidad de lo nuevo. Esa apuesta es incierta y siempre amenazante para el yo, que tiende a preservar el confort de las identificaciones logradas. Si goce y deseo están en banda de Moebius (no olvidemos la raíz pulsional del deseo), se requiere la función del corte para separarlos.

El cada día de nuestra práctica analítica nos desafía a inscribir diferencias infinitesimalmente pequeñas, en mínimos trazos que van dibujando la línea asintótica del deseo.-


[1] Lacan, J., Libro 6, El deseo y su interpretación, El Seminario, Paidós, Bs. As., 2014, clase del 15/04/59. Ver “Hamlet está, siempre, suspendido a la hora del Otro, y eso, hasta el fin”.

[2]  Freud, S., “Fragmento de la Carta 39”, en Proyecto de Psicología, Apéndice B, O.C., Amorrortu Editores, Bs. As., 1990, T. I, Pag. 438. *Los destacados son del original.

[3] Freud, S., “Carta 52”, Fragmentos de la correspondencia con Fliess, T. I, Pags. 276-277.

[4] Freud, S., La etiología de la histeria, T. III, Pag. 216; La interpretación de los sueños, T. V, Pag. 569; “Revisión de la teoría de los sueños”, Conferencia 29 en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, T. XII, Pag. 69.

[5]  Ver Freud, S., Carta 52, op.cit., Pag. 274.

[6]  Freud, S., La interpretación de los sueños, T. V, Pag. 534.

[7]  Freud, S., Carta 39, op.cit., Pag. 438.

[8]  Freud, S., Lo inconsciente, T. XIV, Pag. 184.

[9] Borges, J. L., “Inscripción”, en Los conjurados, O. C., Emecé Editores, Buenos Aires, 2010, T. 3, Pag. 493.

[10] Lacan, J., “Posición del inconsciente”, en Escritos 2, Siglo Veintiuno editores, México, 1981, Pag. 375.

[11] Bisserier, L. M., “El potencial escriturario: tiempo y origen en la estructura del Inc.”, en Redes de la Letra, N° 2, Ediciones Legere, Bs. As., 1993, Pag. 69.

[12] Lacan, J., “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos I, Siglo Veintiuno Ed, México, 1980.

[13] Lacan, J., Seminario 15 El acto psicoanalítico, inédito.

[14] Freud, S., El yo y el ello, T. XIX, Pag. 22.

[15] Freud, S., Proyecto de psicología, T. I, Pag. 415.

[16] Freud, S., Lo Inconsciente, T. XIV, Pag. 171-172.

[17] Freud, S., Ídem, Pag. 171.

[18] Freud, S., Carta 52, op. cit., Pag. 275. *El destacado es del original.

[19] Glasman, S., “El sujeto en la construcción del “grafo”, en Revista Conjetural Nº 40, ed. Sitio, Bs. As., 2003, Pag. 49.

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