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El Acto Psicoanalítico. La sobredeterminación y el orden de lo indeterminado

Estamos atravesados por la discusión de cuestiones cruciales aún, puesto que el psicoanálisis es un discurso que avanza en la medida en que a los analistas nos cause la causa, no dándola por hecho.

Y avanza en un más allá de la noción de progreso de la ciencia, en el mejor de los casos. Es decir que insistir en nuestra formación, alojando en ella todas y cada una de las imposibilidades que la transmisión implica, los impasses, las contradicciones, la falta de garantías, la ausencia de títulos, insistir en nuestra formación, decía, abre la puerta a lo posible y, dentro de ese campo, lo contingente es susceptible de ocurrir.

Lo posible sería algún tipo de reunión de analistas que se abstenga lo más que se pueda de cuestiones asociadas al mercado. Dado lo posible, lo contingente ocurrirá cada tanto, cuando algo de la transmisión, pase de uno a otros. Así lo entiendo al menos por el momento.

La cuestión del acto psicoanalítico concebida por Lacan, despierta a quien quiera escuchar la novedad, que hay algo que excede la sobredeterminación freudiana – que existe, por cierto, pero que no agota el saber inconsciente que puede producirse en un análisis, y que en efecto se produce sin que ningún sujeto sepa sobre ese saber con anticipación lógica ni cronológica. ¿Estaba allí eso, antes de advenir?

Al pensar sobre nuestra praxis, sobredeterminación es una noción que nos acompaña tanto cuando pensamos en constitución subjetiva como en vías de formación de síntomas, así como en emergencia de cualquier formación del inconsciente. Así, decimos que el sueño, el lapsus, el fallido y, por supuesto, el síntoma neurótico – y aún el psicótico – están sobredeterminados.

Lo cual nos recuerda, nunca viene mal recordar algo que Freud dijo por doquier, que los procesos anímicos que encontramos en la neurosis, en nada difieren de aquellos encontrados en sujetos que han atravesado la experiencia del análisis resolviendo la neurosis de transferencia satisfactoriamente – o en otros términos, cuya economía de goce se ha visto modificada lo suficiente por el tamiz de un análisis –, puesto que la fijación y la regresión de la libido a puntos de máximo placer / displacer sólo deviene patógena en relación al factor cuantitativo. O en otros términos, lo único que justifica nuestra intervención, es el exceso de padecimiento subjetivo.

Siendo estrictos, Freud habla de constitución del aparato psíquico (no de constitución subjetiva), denominación que mantiene en la primera tópica: Inc. / Prec. – Cc, así como en la segunda, a partir de 1923 cuando escribe El Yo y el Ello. Es Lacan quien lleva las cosas un paso más allá y plantea la cuestión en términos de advenimiento del sujeto del inconsciente.

Por esto es que la postulación freudiana “Wo Es war, soll Ich werden” tiene más de una acepción. “Donde el Ello era, el Yo deberá advenir” nos deja en las puertas de una instancia psíquica ocupada por lidiar con los conflictos pulsionales, así como con las exigencias del mundo exterior.

Aquí el Yo, cargará sobre su sobredeterminada espalda con las dos series, cuyo conjunto forma la serie complementaria: herencia y Edipo, por un lado, darán cuenta del terreno fértil en el cual se sucedan las fijaciones libidinales, se establezcan los modos de satisfacción pulsional y, por tanto, la predisposición a la neurosis. Factor que en la segunda serie se enlazará al vivenciar accidental, potencialmente evocador del trauma, que haga estallar la neurosis de acuerdo a su pre-disposición.

Ahora bien, de la misma manera entendemos que las otras formaciones del inconsciente se encuentran determinadas por estas coordenadas y por tanto, es la interpretación la que posibilita avanzar en esta vía de trabajo.

¿Allí termina todo?, ¿se trata de hacer consciente lo inconsciente, del levantamiento de la defensa, de la interpretación del material reprimido, del advenimiento del Yo ganándole terreno al Ello?

Una pequeña cita del Yo y el Ello, desmorona la ilusión con el eco de su potencia: “Reconoceremos que lo inconsciente no coincide con lo reprimido. Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido”. Freud llega hasta acá, Lacan levanta el guante, ¿o acaso no es en esa grieta, en esa hiancia, en la que Lacan se introduce, e introduce la dimensión de lo Real en la práctica analítica? ¿Y nosotros, los analistas de hoy, lo haremos?

Donde Eso era, el Sujeto debe advenir. El Sujeto del Inconsciente deberá advenir. Y lo hará, sólo si el analista cuya presencia soporta una situación analítica está lo suficientemente advertido de su posición y de lo que el acto analítico produce: un saber que sobrepasa al sujeto. Un saber que no estaba allí antes de que pudiera enunciarse, ¿estaba acaso?

El orden de lo indeterminado del sujeto del inconsciente está tan presente en la cura como la sobredeterminación de las formaciones del inconsciente que el arte interpretativo descubre. Cuán presente tenga esto un analista en su práctica, revelará algo de su posición de analizante, por ende de su ética y, por tanto, de su política de cara a lo que se trata un psicoanálisis.

El acto psicoanalítico inaugura una función de corte que resulta fundamental para que se produzca el pasaje del discurso histérico al discurso analítico. Si no, pasarán muchas cosas, pero, al cabo, no habrá pasado nada.

La dimensión interpretativa realiza una relectura de una cadena significante que, justamente por su condición de sobredeterminada, es ya una interpretación de lo oído y lo visto por el sujeto. Lacan lo llama “descifrado”.

El acto, en cambio, produce revelaciones. El eje deja de ser si estaba o no estaba, puesto que se trata de una producción de saber, diría, de la producción de saber en más íntima relación con la verdad del sujeto que habla. Porque es justamente la presencia de la verdad concerniente al Je, la que se pone en juego en esa revelación.

La cosa se verifica de tal modo que, basta que un psicoanalista no entorpezca demasiado la producción de ese saber, para que las cosas marchen más o menos bien en un análisis.

Esto, que parece poco decir, no es tan fácil de hacer, puesto que los analistas tenemos una irresistible tendencia a resistir lo que nuestros analizantes están en los albores de producir. Es decir, de revelar.

Recuerdo varios ejemplos de pacientes que tenían alguna particularidad en relación al pago, y que la falta de maniobra luego hizo que esto retornara de la peor manera.

En otro tiempo, atendí una paciente mayor, que vino a verme durante varios años 2 veces por semana pagando un honorario bajísimo por sesión. Al informarle de la necesidad de aumentarlo, ella propuso – y así lo llevó a cabo – venir una vez por semana, pagando el equivalente a ambas sesiones – lo que daba un total por sesión aún mayor al aumento que le había propuesto. Accedí, sin saber a qué accedía, rehuí de mayores aclaraciones.

Bastaron pocas sesiones para que comenzara a quejarse de lo poco que ganaba y de cómo el análisis se llevaba el 25 % de su sueldo. Puesto que con este dato yo podía calcular cuál era su sueldo, no lo hice y, contrariamente, le pedí que dijera cuánto ganaba. Nunca más volvió. “Enojadísima, ofendidísima”, dijo telefónicamente, que estaba por mi pregunta, “esto no tiene vuelta atrás”. Una analista perpleja, atónita, desconcertada, al otro lado de la línea.

Temerosa de acotar el pago en menos, así como el pago en más, el exceso se jugó igualmente, pero sin haberlo podido jugar a favor de la continuidad de la cura.

Vicisitudes, macanas, yerros que ocurren cada vez que resistimos en nuestra posición. Extraviarse demasiado de las coordenadas del acto analítico, conlleva el sinsabor de que en nuestro consultorio haya pacientes que hablen, pero jamás sujetos que se analicen. Así entiendo yo qué quiere decir que lo que el analista diga o haga puede ser cualquier cosa, pero sólo a condición de que no lo sea.

Para cerrar, una perlita de “La equivocación del sujeto supuesto saber”, una Conferencia en Nápoles el 14-12-1967, texto contemporáneo al Seminario XV, del Acto Psicoanalítico:

“Lo que el psicoanalista de hoy ahorra al psicoanalizante, es precisamente lo que hemos dicho más arriba: no es lo que le concierne, que enseguida está dispuesto a tragarse puesto que allí se ponen las formas, las formas de la poción… El abrirá su amable piquito de besito; lo abrirá, no lo abrirá. No, lo que el psicoanalista cubre, porque él mismo se cubre con eso, es que pueda decirse alguna cosa, sin que ningún sujeto lo sepa”.

Adriana Martínez, 11 de diciembre de 2011

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