Orografía del paciente
Orografía: del griego opoc, montaña, y grafía, descripción.
La orografía sirve para comprender el relieve de una región o zona relativamente pequeña, por lo que se utiliza para planear obras de infraestructura (por ejemplo, el estudio de pendientes es necesario para trazar una carretera o una línea de ferrocarril, para diseñar una represa o un puente). Además, el estudio geológico y topográfico del relieve permite conocer muchas de las características que tienen aplicaciones prácticas en el campo de la investigación del suelo y del subsuelo.
Quizás también ustedes al leer la primera clase del seminario de la angustia hayan quedado un poco encandilados con el apólogo de la mantis religiosa y, en consecuencia, hayan salteado la cuestión de la orografía que Lacan plantea ahí.
Esta vez me detuve en las montañas, los picos de angustia que pueden servirle al analista de brújula para la escucha.
María
María empieza a sentirse muy incómoda con una situación que se le repite y que registro como un síntoma. Los hombres se le acercan bastante y de una manera u otra termina accediendo al acercamiento más de lo que le gustaría. No es que no pueda decir que no, pero si lo hace siente culpa. Racionaliza: dice que si un hombre se le acerca, la invita o quiere hacer algo con ella, debe tratarse de un halago ya que, detrás de todas esas situaciones, uno podría leer que ella les gusta. Se le repite muchas veces.
Un día cuenta esta escena: desde la separación de sus padres, ella vivía en una casa de construcción humilde con su mamá y sus dos hermanos. Dormía en un cuarto que había que atravesar para ir al baño. Una noche la mamá hizo una reunión. Esta señora cambiaba muy a menudo de amigos, María no tenía mucha relación con ellos. Esa noche, uno que estaba en la reunión pidió pasar al baño y se metió en su cama. Primero ella se quedó paralizada, pero después consiguió zafarse con la excusa de ir al baño. María no recuerda bien qué es lo que pasó pero no duda que fue de índole sexual. Ella tenía 12 años y se quedó con una sensación desagradable.
“¿Tal vez culpa?”, le pregunto. Y lo relaciono con lo que después le fue pasando con los hombres. Construyo: ella debería haber tomado lo que pasó esa noche como algo bueno, como un halago. De no haber sido así, la mamá no lo habría dejado pasar o al menos se habría inquietado al ver que el hombre no regresaba a la reunión. El síntoma le permite conservar una madre “que la cuida”.
Angustias
Siempre estuvo la pregunta sobre si la angustia se debe a una pérdida, a alguna falta, o si en cambio se trata de la falta de la falta. Lacan reinterpreta las relaciones que Freud construye entre las distintas angustias y las distintas pérdidas (pérdida del pecho materno, del amor de los padres, etc). Lacan señala que en la angustia, en lugar de pérdida, hay un objeto que la causa. A su vez, como quizás todos los conceptos en psicoanálisis, pensamos la angustia en plural. Hablamos, entonces, no de la angustia, sino de las angustias.
Una de ellas funciona como un afecto más, como otra coloración significante del afecto. Otra angustia remite siempre a la castración. Dice Lacan que es el único afecto, aquel que no tiene representación. Esta angustia no está entramada en el desfiladero de los significantes. Por ello, a diferencia de las representaciones, no se reprime. También por eso, tiene la cualidad de producir certeza. No engaña pues hacen falta los significantes para engañarse. Esta angustia tiene especial referencia corporal.
La orografía de esta segunda angustia nos pone sobre la huella de los lugares donde el paciente obturó la castración. [1]
María se inventó una versión, la del halago, monótonamente repetida de cómo interpretar el acercamiento de un hombre; para cubrir a su madre. Ella creyó que de esa manera se quedaría con una madre. En cambio, se quedó con un síntoma.
Otra vez María
En otra sesión María me cuenta que operaron al padre y ella fue a acompañarlo con un hermano y la madre. Al mediodía, el hermano le dijo que él se quedaría en la sala de espera y que ella fuera con la madre a almorzar. María habría preferido quedarse en el hospital o ir a comer sola. Sin embargo, aceptó: “Es lógico, alguien tenía que acompañar a mi madre a comer”, me dice.
En el restaurante la madre dijo que tenía mucha hambre, que habitualmente le daban “ataques de hambre”. Como la ensalada de María llegó antes de la comida de la madre, María le convidó. Llegó la cuenta y la madre ofreció pagar su parte. María no aceptó. En cambio, además de pagar, le compró unos sándwiches por si tuviera más hambre luego. Al terminar la operación, María llevó a su madre a la casa. “Servicio completo”, acoto.
Fue una jornada agotadora y en el auto María dice que ahora ella tiene hambre. A lo cual la madre muy contenta le dice que ella no tiene hambre, que está muy bien con el sándwich que se comió y que además le queda otro para el desayuno del día siguiente.
Mi paciente se angustia.
Es un punto de culminación donde María no es registrada por la madre. Pero también y, especialmente, ella se ofrece a lo irrefrenable del Otro, a su “ataque de hambre”. “Me comés y yo contribuyo a tu voracidad, a que no te falte comida”.
María no puso frenos en esa carrera que fue in crescendo: podría no haber ido a almorzar, podría haber aceptado que la madre pagara, podría no haberla llevado hasta la casa.
No es la primera vez que María cae en la ilusión de creer que otorgando un poco más, el agujero de la madre quedará saciado. Le digo que ella es el sándwich. La castración de la madre quedó obturada ofreciéndose ella como objeto.
Afectado desangustiado
Retomo lo que decía al principio sobre angustia, afecto y representación. Los afectos tienen la textura de los significantes, en ese sentido los podemos hipotetizar infinitos o al menos innumerables. Muchas veces alcanza con definir el afecto que está en juego para alguien para que se le “rectifique la realidad”, como decía Lacan en tiempos de Dirección de la cura.
Dentro de esta amplia gama también está la angustia, vecina del dolor y de la tristeza. La pérdida, cuando se trata de la angustia como un afecto entre otros, podría ser su rasgo diferencial. Otra cosa que diferencia a la angustia es que es un estado que no se soporta por mucho tiempo. Se puede salir hablando, en general cuando se le atribuyen causas o razones, o también se puede salir disparado hacia sus otros vecinos, el acting out y el pasaje al acto.
Hubo una época en Buenos Aires en que estuvo muy de moda entre los psicoanalistas hablar del atravesamiento del fantasma. Una pregunta que circulaba era cómo vivía el sujeto la pulsión después de ese atravesamiento. En el mismo sentido, tengo la impresión de que no se vive de la misma manera la angustia después de un largo recorrido de análisis.
Un paciente me comenta que estuvo muy ansioso el fin de semana, hasta que en un momento se tranquilizó y se puso triste. Me lo cuenta con alivio: el análisis le ha dado la libertad de ponerse triste sin tanto miedo a la angustia que antes lo arrasaba.
Después de un atravesamiento, no sé si del fantasma pero sí de un análisis, tengo la impresión de que el sujeto puede quedar más sensible, más afectado por sus circunstancias. Son muchos los afectos retenidos, no sentidos como tales, que no siguen su curso cuando se tiene miedo de que desemboquen en una angustia arrasadora. Estos son los que, sin el susto que puede producir la angustia, quedarían “a disposición del sujeto” para tener, quizás, una vida más intensa.
El análisis va horadando los lugares donde al sujeto se le arman “Todos” consistentes, Otros que dan garantía, bedeutungs obturadas, como dirá en el Seminario 14, que son buscados como lugares de refugio contra la castración, pero que producen angustia.
Cuando la trama discursiva del paciente empieza a respirar, cuando los vacíos permiten que el deseo circule, el paciente puede aceptar los afectos y darles curso sin que sean un peligro de angustia.
Propongo nombrar este efecto del análisis como “afectado desangustiado”. No es que no se sienta angustia, pero ésta no es demoledora. Coincide con que no está señalando, y recordemos la angustia señal de alarma freudiana, a la manera de la orografía que decía al principio, los lugares donde el sujeto obturó la castración.
Para finalizar, la frase “Wo es war soll ich werden“, que tuvo tantas lecturas en las obras de Freud y de Lacan, podría leerse, según lo que me gustaría transmitir: “Donde ello (algo fantasmático, el sujeto en posición de objeto obturando al A) era, la castración debe advenir”.
[1]También pensamos en plural la castración. Una está del lado del sujeto, aquella que el paciente puede entregar fácilmente al análisis en términos de lo que no puede o de lo que le falta. Ante la otra castración, el paciente retrocede. Esta es la castración del lado del Otro. El Otro es el destino y allí el sujeto no soporta la falta.