Texto

La organización genital infantil

Lila Isacovich.

Teórico dictado el 14 de octubre de 1993, en la Cátedra Freud 1 – Titular: Irene Friedenthal.
Tema: “La organización genital infantil”

Hoy vamos a hacer el comentario del texto “La organización genital infantil” (1923).

Freud comienza por hablar de la dificultad que ofrece el trabajo de investigación en psicoanálisis. Como ustedes ya saben, esta dificultad también se encuentra en la práctica del análisis y es lo que denominamos resistencia: todo aquello que se opone a la libre asociación.

Podemos suponer que aquí también se trata de algo a descubrir, ignorado, que se pasó por alto durante largo tiempo.

“Un buen día” se levanta la represión que pesa sobre ese conocimiento, se encuentra un hilo lógico, una conexión inhallada hasta entonces. Se puede hacer en este caso un paralelismo con el trabajo del análisis.

Lo que sigue lo presenta Freud como algo que había quedado como un agujero en la teoría; algo que había escapado a la percepción; algo que no había sido nombrado. Pero no por eso Freud reniega de lo dicho anteriormente, sino que, por el contrario, explicita -en el segundo párrafo- que va construyendo un texto, va intercalando enmiendas y agregados a un texto ya establecido.

Inclusive subraya la contradicción que puede emerger entre lo nuevo y Io viejo. Vicisitudes todas que se verifican a lo largo de un análisis y que son precisamente esas contradicciones las que lo hacen avanzar.

En el tercer párrafo hace alusión a la acometida en dos tiempos del desarrollo sexual. Se refiere a lo que, en el párrafo siguiente, describe en relación a que “la elección de objeto se realiza en dos tiempos, en dos oleadas. La primera se inicia entre los dos y los cinco años y el período de latencia la detiene o la hace retroceder. Se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual. Ahora bien, los hechos relativos al doble tiempo de la elección de objeto, que en lo esencial se reducen al efecto del periodo de latencia, cobran suma importancia en cuanto a la perturbación de ese estado final. Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía, o bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la pubertad. Pero demuestran ser inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la represión, que se sitúa entre ambas fases”. (Tres Ensayos. AE, tomo VII, pp. 181-2).

A continuación transcribe lo que había sido el punto de llegada anterior, es decir, la asombrosa proximidad de la fase final de la vida sexual infantil con la adulta. Ese punto de llegada en los Tres Ensayos, es ahora el punto de partida. Porque esa semejanza encontrada entre la conformación final de la sexualidad infantil con la adulta, es lo que va a permitir en este texto dar el salto conceptual que es la introducción del falo en relación a la castración. Le permite entonces decir que “El carácter principal de esta organización genital infantil es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización genital definitiva del adulto. Reside en que, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo.” [1]

Esta afirmación, desde luego, permite suponer como premisa que la genitalidad adulta sí reconocería los dos sexos. No obstante, Freud no lo dice taxativamente. Esto se puede colegir, pero no está en la letra freudiana. Cuando al final del artículo retoma esta cuestión, dice: “sólo con Ia culminación del desarrollo en la época de Ia pubertad〔…〕”la vagina es apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno” [2]. Vale decir que la vagina no es reconocida como tal, sino sólo en relación a la premisa fálica, como receptora del pene, así como el vientre materno cobija al hijo. En la adultez no hay tampoco un reconocimiento de la vagina semejante al que en Ia niñez tuvo el pene.

Veamos porqué.

¿Qué es el falo? Es un término que designa, desde Ia antigüedad grecorromana, la representación figurada del órgano masculino, el pene.

Es justamente por allí por donde continúa el texto “es notoria su reacción〔la del niño〕frente a las primeras impresiones de la falta del pene.” [3]

¿Qué significa que algo falta?

Para que una falta se constituya como tal es prerrequisito indispensable que algo no esté donde debiera estar. “No hay” requiere como condición de posibilidad que haya habido, o, al menos, que exista la posibilidad de que haya. Si no está afirmado que hay, no puede faltar nada, porque nada se espera que haya en ese lugar. Es el clásico ejemplo de la biblioteca: si hay un espacio vacío entre dos libros, ese vacío señala que allí hay un libro que falta. Pero ese vacío es tal porque los libros están dispuestos, por ejemplo, en un orden numérico creciente de los tomos de una colección, en serie. Si aparece un agujero en esa serie, eso indica que hay un tomo que falta. O sea que ese vacío debe existir previamente para que algo falte allí; ese vacío no es espontáneo ni natural, sino que es el producto de una operación, en un orden simbólico.

¿Por qué el niño percibe los genitales femeninos como un lugar donde algo falta?

Porque presupone -y esto es del orden de un prejuicio, engaño, o error- que algo debería haber allí y que no está. Ésa es entonces una operación fallida.

¿Por qué a la mujer le falta algo? Porque la percepción de los genitales femeninos está inscripta dentro del orden de la primacía fálica que indica que allí falta el falo. Fuera de ese orden, que es un orden simbólico, no falta nada. El prejuicio, el engaño o el error están denunciando que esa percepción ha sido alcanzada por lo simbólico; esto es, que no se trata de una percepción pura, sino que el niño o la niña significan esa percepción desde la primacía fálica. Entonces el falo designa, presentifica, algo que no hay.

¿Cuál es la reacción del niño/niña frente a lo que percibe como falta? La desconoce, reniega. La renegación (o desmentida) afecta entonces no a una percepción, puesto que la castración jamás es percibida como tal, sino a una teoría explicativa de los hechos: una teoría sexual infantil. Freud siempre relaciona el complejo de castración no con la percepción de una simple realidad, sino con la conjunción de dos datos: la comprobación de la diferencia anatómica de los sexos y la amenaza de castración por el padre. Es decir que si esa visión de los genitales femeninos no se conjuga con la ley paterna -que es precisamente el orden simbólico que le da marco- esa comprobación no tiene eficacia. Entonces esa renegación afecta a un elemento fundador de la realidad humana más que a un hipotético “hecho de percepción”. Dado que es imposible “percibir” la castración, tal percepción sólo puede adquirir esa significación en el marco de esa amenaza.

La negación que opone el niño/a, como el fetichista y el psicótico, a esta “realidad” que sería la ausencia de pene en la mujer, se concibe como un rechazo a admitir la “percepción”, y por ese rechazo extrae la consecuencia, que es la “teoría sexual infantil” de la castración. Los elementos percibidos en ocasión de la escena primitiva sólo con posterioridad recibirán su sentido y su interpretación. En el momento de la primera experiencia traumática el niño era incapaz de elaborar, en forma de una teoría de la castración, aquel dato en bruto que sería la ausencia de pene en la madre.

Si bien Freud remite, en la nota 6, a experiencias anteriores de pérdidas: pérdida del pecho, de las heces, y aún al trauma del nacimiento -donde lo que se pierde es el propio niño del cuerpo de la madre-, sin embargo insiste en subrayar que sólo cabe hablar de complejo de castración cuando esa pérdida se refiere a los genitales masculinos. ¿Por qué?

Si lo que el niño afirma a ultranza -aún al precio de renegar de su propia percepción- es que su madre no carece de pene, es evidente que el interés del niño radica en que a su madre no le falte nada.

¿Y qué es lo que causa este interés tan apremiante de que la madre tenga? ¿Por qué a la madre no le puede faltar? Porque lo que completaba a la madre era precisamente él mismo. Es el propio niño el objeto que completaba a la madre desde la ecuación simbólica pene=niño. Era él mismo el falo que a la madre le falta. Vale decir que este interés es ante todo un interés narcisista, ya que la falta en la madre compromete al propio ser del niño. Si la madre carece de algo es primeramente porque él mismo se ha separado del cuerpo materno; ya no es el objeto de su madre.

Entonces ya no se trata de objetos parciales que el niño/a puede perder (pecho, heces) sino, diríamos, se trata de perderse a sí mismo como objeto total que era para la madre. De allí que Freud reserve el término Complejo de Castración sólo para el caso donde lo que está en juego es una amenaza, que puede no ser proferida concretamente ni referida específicamente a su genital, sino que es una amenaza que se cierne sobre su propio ser y que a la vez lo constituye como tal.

Es decir: una amenaza que es la condición de posibilidad del sujeto en tanto lo separa de la madre fálica.

Lo que descubre, gracias a esa operación, es, ni más ni menos, algo que lo signará como neurótico para el resto de sus días: que él es lo que completa al otro en términos del deseo. Que la madre lo desea porque simbólicamente él la completa, porque ella a su vez, ha sido alcanzada por la ecuación simbólica. Lo desea porque algo le falta a ella.

Lo monstruoso que se significa en la visión de los genitales femeninos, lo que causa horror, es el encuentro con la castración en el otro. Esto es el trauma. En tanto el niño se separa de ser el falo de su madre, él mismo es lo que a ella le falta. ¿Puede concebirse algo más traumático que esta condición absoluta en relación al sujeto? ¿Que para hacerse sujeto sea necesario agujerear al otro? ¿Que, para ser, deba vaciar al otro de mí mismo? Este movimiento de separación es a la vez lo que va a dejar al sujeto alienado para siempre en esa dialéctica en relación al otro. La única posibilidad de hacerse sujeto es vaciar al otro del falo que yo era y perder yo mismo esa consistencia.

El niño/a en tanto es el falo, consiste en eso, a condición de no tener él el falo, dado que así no está en posición de sujeto sino de objeto en relación a la madre.

Él puede tener el falo si su madre no lo tiene. La alternativa es: o ser el falo de su madre, o tener el falo.

Entonces la fase fálica es ese momento anterior a la castración en que el niño/a es el falo y la madre lo tiene. La castración introduce una doble negación: ni el niño es el falo ni la madre lo tiene. La castración separa tanto al niño como a la madre del falo. Ambos no son ni tienen.

Freud nos advierte que el niño no generaliza tan rápido ni de buen grado su observación de la falta de pene en las mujeres. Muy por el contrario, eso le demandará un largo y penoso proceso, al cabo del cual, sin embargo, “nunca se descubren los genitales femeninos.”[4]

Con esto, llegamos al punto que habíamos anticipado respecto del genital femenino: no hay representación inconsciente de vagina. Lo cual deja abierto el enigma de la feminidad.

Para concluir, algunos versos tomados del poema “Posesión del ayer”, de Jorge L. Borges:

“Sé que he pedido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”.-

[1] Freud, S. Obras Completas, Amorrortu editores, La organización genital infantil, T. XIX, p. 146.
[2] P. 149.
[3] P. 147.
[4] P. 148

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