Escritura de analista
“No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir”. Michel Foucault[2]
¿Por qué escribe el analista? Vaya a saber… Toda respuesta quedaría restringida al ámbito íntimo del sujeto, aún de la persona y en su arbitrio se excluye el intento, regulado entre el pudor y la obscenidad. La pregunta, en todo caso, apuntaría en diferente dirección: ¿Qué escribe el analista?
Si el supuesto ámbito que supuestamente le cabe en el seno del dispositivo queda soportado por un deseo, un lugar y una posición, nada permite suponer que otros sean los territorios donde se inmiscuya. En este aspecto la escritura del analista parece siempre autoreferencial, narcisista, umbilical y a pesar de ello continúa situándose como furgón de cola de una audición, acaso una escucha, tal vez lectura. Concédaseme éste sucinto, provisorio acuerdo -que procura reducir las figuras desatadas a base de imágenes- acerca de lo que se trata.
~ Por lo pronto, la del analista es una posición, la del inconciente que obtiene en la abstinencia su regulación. Posición a la que resulta difícil arribar; es problemático sostener y, a veces, cuesta dejar. Posición del “no soy” en la angustia como correlato de la función del inconciente que se trastoca en esa inquietud que Lacan[3] subraya “conveniente” para el analista. Y que va a parar a esa travesía que Freud supo llamar Durcharbeiten[4] a fin de señalar el borde que circunscribe el reiterado circuito que le aleja de ciertas identificaciones y demás toxicidades transferenciales: bisagra entre la tarea de analista en el dispositivo y de analizante en el análisis del analista. Posición, en fin… (y en principio de todo) de la estricta discreción[5] del analista, correlato simétrico e inverso de la asociación libre (lábil frontera hacia donde el analista se precipita si suple la palabra por el acto de sentido, por la psicología aplicada), condición de posibilidad de la interpretación, consideración hacia lo real del trauma, respeto hacia el dolor, abstinencia.
~ Aquella posición se desprende de un deseo (máxima diferencia, corte y caída) de conjugación no menos onerosa que oscilante –según chanza del propio Lacan- entre las ganas de arrojar al analizante por la ventana o abrazarlo. Deseo que pivotea, al fin y al cabo, en ese genitivo amboceptor que sostiene al analista en este vacío que Freud nombró como abstinencia respecto al goce y que se planta en oposición al deseo de algo capaz de transformar la transferencia en resistencia del analista. Resistencia esta última que se opone y contraría aquél deseo mediante los artilugios a su alcance: el despliegue universitario del saber sabido, la infatuación, incluso la impostura en torno a una improvisada “metafísica” lacaniana.
~ Ocasión más que lugar (de objeto a) al que nunca se llega del todo tras un no menos intenso que extenso tramo de diván y libre asociación, jornadas frente a los textos y ejercicio de intercambio. Complejo de sostener toda vez que como objeto de la transferencia atañe al cuerpo y es puesto en cuestión por ésta. Como si no fuera suficiente, carece de gratificaciones inmediatas a partir de que se percata de la interpretación por sus efectos y, a la inversa, resulta sorprendido allí donde no imaginaba estar.
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Inserto en un dispositivo que lo acorrala entre dos deseos concéntricos (el reprimido del analizante y el de analista) que hacen las veces de banquinas desoladas en los encadenados caminos de Moebius, el analista tiende a callar en el seno del mismo y a producir reflexión en su faz externa, social. Tramitación ésta última de su Durcharbeiten, la producción que de allí surge parece inscribirse en una suerte de campo semántico[6], estofa de la pura significación que desplaza un saber al que pierde en tanto sentido. Campo en cuya base reposa la ciencia, flanqueado en uno de los lados por la ficción literaria, mientras que por el otro soporta el peso del mito.
~ Desde Freud, el psicoanálisis rapiña la episteme de la ciencia a fin de perpetrar, luego, otra torsión que la distingue de esa ciencia, la positiva, y avanzar entonces en la conjetura que se distancia de la pleitesía que el discurso universitario tributa al cientificismo en función de los devaneos del mercado. Movimiento en el cual y por el cual el academicismo se hace desinencia del amo moderno. Ciencia otra, ésta, la de lo inconciente guarda severos reparos a aquella que hace equivaler lógica y racionalidad. Cierto es que hubo de haber recorrido ríspidos caminos para lograrlo. Freud, como se sabe, debió pugnar contra los médicos; Lacan contra los idólatras del acontecimiento. Hoy por hoy, tal vez queda de aquello alguna complejidad adleriana que escotomiza la fundación de una lógica propia cuya singularidad reproduce lo diverso de sus respectivas emergencias en el sujeto y al hacerlo deja de responder a los requisitos de la metodología positivista. Sin desmedro de la sistematización y la rigurosidad, nuestra ciencia procura distinguirse en el doble movimiento en el que atraviesa y se topa con las demandas en el reiterado circuito que aleja de las identificaciones. Fin de la ciencia, fin de análisis, fin del analizante, fin del analista. En fin, de lo que de esa ciencia resta se remite a la emoción estética que deparan la transmisión y la escritura.
~ Luego, la ficción literaria contrarresta esa obsesiva pasión por la lengua perfecta que la ciencia académica inocula a partir de un individuo indiviso capaz de (averiguar, saber, conocer, experimentar, etc.) todo y, claro, también de lo peor. Pretensión a la que se oponen los fantasmáticos relatos de las novelas familiares, las verosímiles narraciones de la histeria, los obsesivos inventarios que constituyen una memoria, las teatrales escenas de la perversión, los escritos propios de la psicosis, los testimonios abandonados por el symptôme, la intraducible poesíadel amor. Escombros del sujeto parlante con los que se compone otro texto, incapaz de volver a desentenderse de su destino: instante significante, tiempo de la palabra, momento de la escritura. También, oposición tajante a la ciencia no menos que al análisis puesto que, este último, al volverse posible mediante la interpretación, queda excluido de la literatura toda vez que, por lo pronto, quien escribe el texto jamás necesariamente ha de ser su autor. Recurso de todos modos inapelable en la propia transmisión del psicoanálisis, donde se efectúa ese equívoco vínculo entre palabra y escritura bajo la advocación de la tachadura del Yo que habla, en aras de la emergencia de un autor, al menos equívoco, acaso imposible.
~ Por otro lado, el mito otorga un quiebre a la adjudicación racionalista de predicados a sujetos incólumes, transporta las escenas al mundo habitado por los tropos de la retórica: metáfora, metonimia, sinécdoque, ironía. Pues el mito transmuta las figuras que soportan la Bildungfreudiana en el matema de Lacan, siguiendo en este plano la lógica que imprime la estructuración singular donde el mito soporta al fantasma. En otro registro, desarma cierta primacía de la regulación especificada por Bertrand Russell (identidad, no-contradicción, tercero excluido) e instala en su reemplazo las condiciones de la Aufhebung (suplanta, suprime, supera) que rige los procedimientos situados por fuera de la fugacidad de la conciencia. En tanto discurso, el mito brinda con singular generosidad sus series, cadenas y categorías donde una lógica se ordena, algunas vías se muestran, pocas leyes se manifiestan y, de tanto en tanto, pueden encadenarse lógicas alternas. Fenómeno imaginario desatado por la fuerza de la interpretación, el mito se torna interminable al guardar algo por hacer, por decir, por realizar, por escribir. Ciencia de lo concreto[7], arte del movimiento incidental, forma objetivada del pensamiento donde las propiedades lógicas emergen como atributos de las cosas, los mitos se oponen a la moral cientificista por un lado y a la literatura por el otro, específicamente a esta última en su forma sublime: la poesía. Porque mientras ésta resulta intraducible, aquellos trascienden las fronteras de lalengua (lalangue).
Campo que se anuda borromeicamente, clava en su centro al objeto que produce: el analista. Más acá o más allá de sus fronteras “naturales” –ciencia, mito, literatura- el encuentro se resquebraja cada vez que la estricta discreción deja lugar a la asociación libre, esta vez del lado del analista, transformando la oposición en contradicción. Así es como el deseo da paso a la manía y el mejor intento por dar cuenta de aquella palabra eficaz convierte el relato de un análisis en la obscena exposición de acontecimientos catapultados por una sucinta codicia explicativa.
Freud mismo jamás se cansa de señalar los riesgos que entraña el ejercicio de ese notable género que fluctúa en denominar “historiales clínicos” y “novela con clave”. Lo hace en el prólogo de 1925 al caso Dora, oportunidad en la que subraya el carácter fragmentario del análisis como contrapartida de la “repugnante curiosidad” que tal narración es capaz de deparar en la moral sexual de la audiencia. También en el colofón de Fraülen Elizabeth von R., cuando distingue confesión de cura y recién entonces enseña cómo, proseguir la vía del síntoma, resulta un recurso idóneo a fin de bocetar una estructura. Relato instalado en la hiancia entre la biografía y la historia, soporta idénticas discontinuidades que las establecidas entre creación literaria y realidad material. Relación por la cual otorgar factor de determinación suficiente a la mera biografía, tanto como a la estricta realidad material bajo el fugaz imperio de la conciencia, equivaldría acaso a quedar adherido a lo imaginario inherente a toda transferencia. Patrón, por otra parte, de cierta psicología.
Si la estructura es al acontecimiento tanto como lo latente es a lo manifiesto[8], lo que en un principio pudo haber sido un bienintencionado intento de reflexión en torno a la praxis, se metamorfosea en plena liturgia fenoménica: complejo de Edipo aplicado, complejo de castración aplicado, teoría del sujeto aplicada. Aún, lacanismo aplicado o la mentada “metafísica” lacaniana: objetos a que brotan a discreción, fantasmas que se atraviesan, letras que se inscriben en lo real con precisión certera. Saturación de sentidos desarraigados de su anclaje significante, cerrazón ideológica que se despliega a partir de la jaculatoria fantasmática del sujeto analista, convoca la identificación del liceo de señoritas.
Análisis fragmentario, entonces, de una fragmentación a su vez escuchada en fragmentos por un analista que tampoco escapa al despedazamiento, indica el colapso que desata la ambición de instalar la verdad en la estofa del saber[9]. Confesiones insuficientes por sí solas a fin de situar al sujeto en la enunciación; razones suficientes para declarar la radical imposibilidad de dar cuenta cabal de un análisis. Que Freud lo haya realizado –y tampoco lo logró- hace a su posición fundacional de construir una experiencia ajena a la razón desde el corazón mismo del racionalismo; a esa invención que no cesa de escribirse a la hora de legar una concatenación compatible con el despliegue imaginario del practicante. Nada menos pero también nada más.
Instancia donde el historial, el caso, la situación clínica, quedan subsumidas bajo la noción de relato, postula una vez más la insuficiencia de la dicotomía entre práctica y teoría a la vez que ratifica cierta eficacia por la tramitación de lo real bajo lo simbólico. Construcción, en el contexto freudiano del término, que hace a la producción del analista. Y que por ende solo atina a procurar -no sin torpeza- dar cuenta cómo en sus esporádicas irrupciones se las arregló para desbrozar entre la paja del saber ya no el trigo de la enunciación sino apenas un grano de verdad. Pues lo que médicos y psicólogos llaman “clínica”, en psicoanálisis (a diferencia de la lectoescritura en la infancia y a semejanza de la escritura siempre) no es algo que se puede enseñar y sin embargo se aprende. Lo contrario constituye estrictamente un acting, señal de interpretación ausente, exilio de analista, angustiada sobresaturación de sentidos, sutura de la hiancia, mostración pornográfica de lo que no se atina a desmontar.
Escribir de lo que no cesa de escribirse, acaso sea merodear lo que no cesa de no escribirse. Docta ignorancia, función de lo insuficiente, no hace (no puede hacer) más que situar algo de aquella posición, de aquél deseo, de aquél lugar, una vez que se perdió la hebra del sentido.
Notas
[1] Publicado en Conjetural, revista psicoanalítica n° 38,Sitio, Ed,; BsAs, 2002, p. 75.
[2] Foucault, Michel; La arqueología del saber (1969), Ed. Siglo XXI, México, 1990, p. 29.
[3] Lacan, Jaques; La lógica del fantasma – Sem. XIV, clase del 25 de enero de 1967, inédito.
[4] Traducida como “elaboración” tanto por Etcheverry como por López Ballesteros, cobra estatura conceptual a partir del recorrido que S. Freud realiza en Recuerdo, repetición y elaboración (1914) (en OC, Amorrortu Ed., Bs.As., 1985, T. 12, págs. 145 y ss.), en preferencia a las referencias abordadas en La Interpretación de los sueños.
[5] Freud, Sigmund: Compendio de psicoanálisis (1938), en OC, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996, T. III, cap. VI, pág. 3397.
[6] A partir que Lévi-Strauss relanza para otros ámbitos distintos al de la semiología la categoría de campo semántico, en especial en los papeles preparatorios (El triángulo culinario, en “Lévi-Strauss: estructuralismo y dialéctica”, Paidós, Bs.As.) a Lo crudo y lo cocido (Ed. FCE, México, 1968), Jaques Lacan no guarda reparos en jugar con la idea. Así, en diversas ocasiones construye figuras dentro de las cuales el sentido se produce en –y se reduce a- efectos discursivos. Es precisamente dentro uno de ellos, verdad/alienación/transferencia, donde edifica su formalización sistemática de la lógica inherente a la transferencia con otra tríada: el Sujeto supuesto al Saber (S.s.S.).
[7] – Lévi-Strauss, Claude: El Pensamiento salvaje, Ed. FCE, México, 1984.
[8] – Se podría proseguir con el divertimento de la fórmula canónica y agregar que la etnología es a la historia (Cf. Lévi-Strauss, C.: Antropología Estructural, EUDEBA, Bs.As. 1979, cap. I) lo que la agresividad a la violencia (Cf. Lacan, Jaqueas: Escritos I, Bs.As. , 1975, pág. 117 y ss), y de ahí en más… Por su parte, y más acorde con el presente desarrollo, Beatriz Castillo lo formula de otra manera: “…lo que va del amor de transferencia al delirio erotómano, es lo que va del S.s.S. en la posición del analista a la puesta de sentido como efecto imaginario de discurso” (Castillo, Beatriz: El borde obsceno de la transferencia, en revista “Conjetural” n° 11, Bs.As., 1986, pág. 53.
[9] Árido intento de coagulación de la imago devenido infatuación, al modo de contrapartida de la acentuación del despedazamiento asintótico que desata la castración.