Sobre el amor de transferencia y sus vicisitudes
Este trabajo tiene como eje central la lectura que Jacques Lacan realiza sobre el amor de transferencia en El Banquete de Platón. Se puntualizarán algunas cuestiones sobre la posición del analista como lugar tercero y se intentará desplegar la carta letra de amor y la de a-muro buceando por los conceptos de “escritura”, “letra” y “modos lógicos”.
Lacan se refiere a El Banquete como una especie de asamblea de mariconas, como solía decir, “es una reunión de viejas locas”. El mismo transcurre en la casa del poeta Agatón, en dónde los invitados exponen sus discursos en torno al amor. Es Erixímaco el que propone hacer un elogio al amor, siguiendo ciertas reglas. Cada uno debe pronunciar su discurso por turno, de izquierda a derecha. Todo transcurre en calma hasta la irrupción de Alcibíades, luego de que Sócrates hiciera hablar a Diótima por él. La entrada de Alcibíades marca el paso del elogio al amor en general universal al elogio del de al lado. Podríamos decir que se produce el paso de lo conmensurable, en este caso del eros universal, a lo inconmensurable particular ya que Alcibíades habla de Sócrates, lo quiere desenmascarar. Refiere a que no le dio un signo de amor, dice que es como los silenos o como el sátiro Marsias, que aún sin instrumento fascina a los hombres sólo con sus palabras, convirtiéndose así en un encantador. Sobre esto, Lacan hará su lectura en el seminario VIII nombrando a Sócrates como el objeto de deseo, el “ágalma” de Alcibíades y ubicará la intervención de Sócrates como una interpretación psicoanalítica, siendo ésta: “No es a mí, sino a Agatón”. De esta manera, Sócrates se ubica en posición tercera. Posición en la que Lacan ubica al analista en el amor de transferencia.
Lacan toma de la erótica del amor platónico dos posiciones, la del amante y la del amado. Erastés y erómenos para realizar su lectura acerca de los problemas del amor en El Banquete, diciéndonos que “el problema del amor nos interesa en la medida en que nos permitirá comprender que ocurre en la transferencia – y, hasta cierto punto, a causa de la transferencia.”[1]. Si amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es, podemos ubicar la relación entre el amor y el deseo. Y más aún entre amor, deseo y transferencia.
En el amor griego, amor homosexual de relaciones intercrurales, el amante es el hombre mayor, el que tiene barba, al que algo le falta. El amado, joven libre, bello e imberbe, completo, que no muestra su deseo porque no le falta nada. Lacan remarca que en ambas posiciones hay un no saber, a uno por lo que le falta y al otro por lo que tiene. Podemos decir que Sócrates era el amante y Alcibíades el amado. Pero la cuestión pasa por el problema del amor, lo que le falta a uno no es lo que está escondido en el otro. Sócrates nombrado como el mayor de los histéricos, enamoraba a los jóvenes, les hacía creer que se ubicaba como el amante y llegaba hasta el punto de no dar un signo de amor. Los hacía caer en la trampa, despertando el deseo en aquel que supuestamente nada le falta. Esto es lo que Sócrates provocó en Alcibíades, que la falta caiga del lado del erómenos. Convirtiéndose así en erástes, siendo un sujeto que desea lo que tiene Sócrates, pretendiendo que éste sea su objeto amado. Pero en Sócrates no se produce la metáfora del amor. Él no da un sigo de su amor ante la demanda de Alcibíades porque manifiesta no saber nada. Sócrates sabe de su falta “solo sé que no se nada” salvo en las cuestiones del amor. Al saber de su falta, sabe que lo que el otro tenga no va a colmar su falta. Esa es la posición del analista. Sócrates lo interpreta y le dice que todo lo que dijo no es para él, sino para Agatón, que es su verdadero objeto de amor. Si bien Lacan nos dice que no hay que interpretar la transferencia, ubica en Sócrates la terceridad. Éste opera como analista. En palabras de Diana Rabinovich: “Sócrates (…) se sitúa más allá de su propio ideal, en la medida en que su saber acerca de la falta le permite, al aceptar la falta, un acceso a lo contingente de cada bien, de cada objeto en el deseo. Es así como no opera como amante, sino desde una posición tercera”[2]. Pensemos que todo sujeto de alguna forma llega a análisis en posición de objeto, en el mejor de los casos ve al analista como el que posee el conocimiento de lo que le pasa. Para terminar encontrando en lugar de lo que busca, lo que tiene y no conoce, o sea, va a encontrar aquello que le falta, a saber, su deseo[3]. El amor de transferencia no tiene reciprocidad, la falta queda del lado del analizante, por lo tanto es sujeto barrado. Esta posición tiene que alcanzarse, ya que el sujeto llega a análisis en posición de objeto, espera ser amado por el analista. El analista al no dar un signo de amor suscita algo de la falta, de esta forma invierte la posición de amado a amante dando la posibilidad de que se instale la transferencia. Como mencioné anteriormente, en el amor de transferencia no hay reciprocidad, en el analista no se produce la metáfora, no acepta ubicarse como objeto amado, pero tampoco lo rechaza, sino que se ubica en posición tercera de no aceptar ni rechazar.
Podemos pensar la transferencia tomando como eje el amor, el deseo y el saber. Decimos que se instala el amor de transferencia cuando hay suposición de saber al analista, operando éste como como sujeto supuesto saber. El deseo de quién sostiene el proceso de la cura se juega como el deseo del analista. El engaño del amor queda del lado del analizante. El analista no se engaña porque opera un deseo más fuerte en él, el de analista. Éste como lugar vacante, vaciado de su propio deseo como sujeto, posibilita no llenar el entre dos/intervalo (S1-S2) con su propia subjetividad. Sino que, al contrario, los propicia equivocando los significantes. Dejar vacante el intervalo permite que se aloje el deseo del paciente y con éste que se despliegue la posición del sujeto como objeto. Objeto que será transferido al analista y éste hará semblante de él para operar en la transferencia.
Me resulta interesante articular el amor de transferencia desde el seminario VIII con lo que Lacan propone en el Seminario XXI como la carta letra de amor y la de a-muro. Esto no sería posible sin ubicar que ya en el seminario XIV habla de que “no hay acto sexual” para concluir en el seminario XX desarrollando plenamente que “no hay relación sexual”. En “Aún” ubica un goce prohibido, no transferible, no medible pero que puede decirse entre líneas. Lalengua marca la relación entre significante y goce, y la letra que si bien la define en La Instancia de la letra… como el “(…) soporte material que el discurso toma del lenguaje”[4], a la altura de este seminario la conjuga con el goce. Por lo tanto en la letra se condensa lo simbólico y lo real. Podríamos pensar, qué significante del enjambre de significantes tocó lo real del sujeto, marco el cuerpo, apresó goce. Se trata de un cuerpo significantizado, un goce incrustado en el cuerpo. Podemos pensarlo a nivel estructural, si no hay relación sexual hay un discurso que suple esa falta, y eso produce una escritura en cada quien. Lo que se va escribiendo, el efecto de esa escritura es la letra. Se escribe porque no hay relación, y eso que se escribe que es la letra suple la relación sexual que no hay. En palabras de Lacan “Todo lo que está escrito parte del hecho de que será siempre imposible escribir como tal la relación sexual. A eso se debe que haya cierto efecto de discurso que se llama escritura”[5].
Me pareció pertinente incluir este recorrido para ubicar que “La transferencia, pensada de esta manera, es una fuente de ficción que se dirige al Otro, o sea una carta de amor, que se escribirá mientras dure el análisis”[6]. Cuando le hablo al otro, le escribo al Otro encarnado en el analista, que en definitiva es el Otro de la estructura del sujeto. Cuando el paciente pasa a la posición de amante, es ahí cuando se empieza a escribir la demanda de amor, que es toda demanda de análisis. El analista al no responder a la demanda, permite que se abra la demanda pulsional al mantener la máxima distancia entre el Ideal del Otro y el objeto a, o sea la distancia entre el punto donde el sujeto se ve a sí mismo amable y ese otro punto donde se presenta en posición de objeto, es ahí donde se encuentra su verdad. Lacan nos dice “si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión. Y, por esta vía, aísla el objeto a, lo sitúa a la mayor distancia posible de I, que el analista es llamado por el sujeto a encarnar. El analista debe abandonar esa idealización para servir de soporte al objeto a separador, en la medida en que su deseo le permite, mediante una hipnosis a la inversa, encarnar al hipnotizado”[7]. Uno al sostener la carta de amor desde la posición tercera, habilita un primer momento para la construcción fantasmática. Esta se presenta como necesaria, se trata de lo que el sujeto no puede dejar de hacer, “lo que no cesa de escribirse”. Cuando se construye en análisis la frase fantasmática, es en ese preciso momento o mejor dicho, eso posibilita comenzar a agujerearla, hacerla caer, es decir producir un pasaje de lo necesario a lo contingente. Cuando se revela el objeto del amor, es decir cae el brillo fálico del ágalma, se instala la carta letra de a-muro. Se desmantela el amor de transferencia, y es en este desmantelamiento que se evidencia que el amor velaba al objeto en tanto causa. Esto supone a la vez la destitución del Otro respecto del saber, produciendo un efecto de desidentificación, es decir la caída de identificaciones que se sostenían en el fantasma. Podemos pensar que estas cuestiones mencionadas anteriormente, habilitan la posibilidad de encontrarse con la falta que quedaba obturada. Lo que quedaba obturada era la falta del Otro, revelándose así el significante del Otro barrado como límite a decir todo.
Nada de esto sucede si no hay un analista que escuche y ofrezca su deseo –el de analista- sin importar lo que dice, si no desde dónde lo dice, esto es, ubicándose siempre desde la posición tercera, lugar desde dónde debe operar e interviniendo desde el significante del Otro barrado.
El sujeto en análisis hace lo que ha hecho toda su vida, demandar. Y lo que hacemos nosotros como analistas es no responder, para preservar en el análisis lo indecible, lo imposible, lo que no cesa de no escribirse, la no relación sexual, la castración.
[1] Jacques Lacan: El seminario VIII “la transferencia”. Editorial Paidós (2011). Pág 47.
[2] Diana Rabinovich: Capítulo 5, Amor platónico y objeto del deseo. Pág 109. En “Modos lógicos del amor de transferencia”. Manantial. (2007).
[3] Jacques Lacan: El seminario VIII “la transferencia”. Editorial Paidós (2011). Pág 80.
[4] Jacques Lacan: “La instancia de la letra en el inconsciente, o la razón desde Freud”. Pág 463. En “Escritos I”. Siglo XXI. (2010).
[5] Jacques Lacan: El seminario XX “Aún”. Editorial Paidós (2016). Pág 46.
[6] Diana Rabinovich: Capítulo 5, “Amor platónico y objeto del deseo”. Pág 113. En “Modos lógicos del amor de transferencia”. Manantial. (2007).
[7] Jacques Lacan: El seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Pág 281. Paidós (2011).
Bibliografía:
- Jacques Lacan: “La instancia de la letra en el inconsciente, o la razón desde Freud”. En Escritos I. Editorial Siglo XXI (2010).
- Jacques Lacan: El seminario VIII “la transferencia”. Editorial Paidós (2011).
- Jacques Lacan: El seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Editorial Paidós (2011).
- Jacques Lacan: El seminario XX “Aún”. Editorial Paidós (2016).
- Diana Rabinovich: “Modos lógicos del amor de transferencia”. Manantial. (2007).