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Detrás de los ojos

RESUMEN:

Pienso que las agujas me están matando, que contienen veneno, que la china es un ser maligno dispuesto a acabar conmigo.”

La memoria corporal es aquello que Freud llama el yo cuerpo, antes que devenga sujeto. Estos “restos” no provienen de la represión. Cuando esa marca en el cuerpo no obtiene traducción, no puede representarse, hablamos de defensa y no de represión secundaria que supone una traducción previa, ya efectuada antes.

Detrás de los ojos es el título del libro de Graciela Fainstein [1], una ex detenida-desaparecida, publicado en el año 2006. Se trata de alguien que reniega del psicoanálisis; justamente por eso su testimonio resulta aún más sorprendente que otro dentro del campo psicoanalítico.

Es a raíz de un gran cansancio, la sensación de estar viviendo por encima de sus fuerzas y un sentimiento difuso de que algo iba mal, que inicia sesiones de acupuntura.

EL ESTALLIDO

“Debí haberme tomado más en serio aquella primera reacción de rechazo a las agujas y a la electricidad. La escena guarda demasiados parecidos, es demasiado evocadora. Y, sin embargo, en aquel momento no fui capaz de verlos, de reconocerlos. Quizás, como un relámpago, la idea cruzó por mi cabeza, pero inmediatamente la espanté como un mal presagio. […] Más allá de la voluntad, el cuerpo tiene su propia memoria y conserva las huellas de las viejas heridas.

Semanas más tarde, como en otra vida, leí “Más allá de la culpa y la expiación”, de Jean Améry, un filósofo superviviente de Auschwitz. La tortura posee un “carácter indelebilis”, decía. […] aunque desde un punto de vista clínico no sea reconocible ninguna traza objetiva. No hay ninguna “represión”. [2]

“Nada más tumbarme en la camilla, me invade un terror frío e insoportable. Intento sobreponerme mientras la china me pone las agujas en la espalda y en el cuello. Y de pronto mi imaginación se dispara. Pienso que las agujas me están matando, que contienen veneno, que la china es un ser maligno dispuesto a acabar conmigo. Pienso en encontrar la forma de salir huyendo inmediatamente. Los minutos se convierten ahora en interminables horas de angustia.” [3]

La memoria corporal es aquello que Freud llama el yo cuerpo [4], antes que devenga sujeto. La percepción como tal es un borde en relación al aparato, es más bien exterior; un espacio y tiempo anterior a lo que consideramos específicamente subjetivo, que encontramos recién cuando esas sensaciones o estímulos que impactan en el cuerpo se organizan en lo que llamamos Icc, Precc y Ccia pensar secundaria. Marcas indelebles que restan significar, que aún no han obtenido significación, en tanto retienen los restos sensoriales marcados en el cuerpo.

Estos “restos” no provienen de la represión, no hay ninguna represión, como bien decía Améry. Porque la represión propiamente dicha implica un cierto trabajo psíquico que en este nivel aún está por realizarse. El trauma se comporta como actual. Todavía no se ha separado aquí la memoria de la percepción: no hay diferencia de espacio ni de tiempo. Esa diferencia solo podrá concebirse cuando après-coup, el golpe se inscriba, se signifique con efecto retardado.

En la carta 52, Freud dice [5]: “En la frontera entre dos épocas sucesivas, tiene que producirse la traducción del material psíquico. Y me explico las peculiaridades de las psiconeurosis por el hecho de no producirse la traducción para ciertos materiales […] Cada reescritura posterior inhibe a la anterior y desvía de ella el proceso excitatorio […] La denegación de la traducción es aquello que clínicamente se llama “represión”. Motivo de ella es siempre el desprendimiento de displacer que se generaría por una traducción, como si este displacer convocara una perturbación de pensar que no consintiera el trabajo de traducción.” Cuando esa marca en el cuerpo no obtiene traducción, no puede representarse, hablamos de defensa y no de represión secundaria que supone una traducción previa, ya efectuada antes. De modo tal que esa especie de alucinación del veneno en las agujas no retorna de lo reprimido sino que sobreviene cuando fracasa la defensa y estalla la angustia automática.

[…] empezaron a tomar forma en mi mente, despierta pero también dormida, ciertos recuerdos, imágenes […] En el fondo de mi ser yo sabía perfectamente de qué se trataba, pero no me atrevía ni siquiera a confesármelo a mí misma. Me resistía a admitir que los recuerdos que habían permanecido en mi mente desde hacía veinticinco años, volvieran así, de golpe, a irrumpir en mi vida.” [6] […] Comprendo, como si siempre lo hubiera sabido aun sin saberlo, que siempre he esperado este momento. El dolor de la electricidad es algo insoportable. Insoportable también de recordar.” [7]

“Me he esforzado durante veinticinco años en olvidar y veo que en parte lo he conseguido. Es como si el recuerdo, la literalidad del recuerdo, se hubiera borrado y sin embargo la herida, el dolor de esa herida, se hubiera mantenido intacto. Entonces compruebo esta ironía, y me veo como victima de mi propia estrategia de supervivencia.” [8]

“La construcción ha dado muestras de su extrema fragilidad. […] Corro de un lado a otro en busca de nuevas señales, pero llego siempre tarde: parece que cuando he llegado a ser capaz de comprender los signos, se esfuman, se me escapan.”

No debería llamarnos la atención que hubiera esperado este momento, incluso haberlo provocado. Este siniestro encuentro fue quizás la oportunidad que le posibilitó reactivar los signos, las huellas, los restos indelebles sin los cuales le seguía resultando imposible algún tipo de tramitación. Una vez acontecido este encuentro, puede comenzar la ardua e interminable tarea de significación en pos del olvido. Al decir de Lacan, “ […] no basta con olvidar algo para que no continúe estando allí, sólo es que ya no sabemos reconocerlo. Para reencontrarlo, convendría volver al tema de la huella.” [9] Lo que no se pudo olvidar entonces no retorna de lo reprimido sencillamente porque no se reprimió. Eso es lo que en sentido estricto no había podido hacer y lo que por eso mismo aún requiere tramitación. Esta es la función del olvido necesario, de la represión que permite conservar en la memoria lo que se mandó al fondo, como Pompeya, y volverlo disponible.

Así, reprimirlo y olvidarlo le hubiera permitido perderlo, al modo borgeano: sólo es nuestro lo que perdimos. Esa pérdida de goce es solidaria de la discontinuidad temporal, del corte que posibilita diferenciar pasado y presente.

PASADO Y PRESENTE

“Así fue, no contamos casi nada, prácticamente nada. No pasamos nosotros mismos ni obligamos a pasar a los demás por el relato, por la rememoración del horror. Las palabras se escondieron, como si ellas mismas contuvieran el poder destructor de lo que nombraban, como si ellas fueran el peligro, como si decir “muerte” fuera lo mismo que sentir ese frío helado que habíamos sentido, como si decir “tortura” fuera dejarla entrar de nuevo en el cuerpo, como si mencionar la humillación, la maldad, la crueldad, fuera convocarla y arrojarla a la cara de nuestros seres queridos. Supimos que no era posible, que no teníamos derecho a estropear así el mundo de negaciones que había sido construido con tanto esmero.” [10]

[…] lo horrible, lo oscuro, lo inquietante, lo unheimlich, se presenta a través de ventanillas. […] Súbitamente, de golpe, la escena […] permite que surja aquello que, en el mundo, no puede decirse. […] Hay angustia cuando surge en este marco lo que ya estaba ahí, mucho más cerca, en la casa, Heim […]este huésped desconocido que aparece en forma inopinada tiene que ver, enteramente, con lo que se encuentra en lo unheimlich, lo siniestro; pero designarlo así es insuficiente. Puesto que[…] este huésped, en su sentido corriente, es ya alguien bien trabajado por la espera – en nuestro caso, una espera de 25 años -. Este huésped es ya lo que ha virado a lo hostil[…] es lo hostil domesticado, apaciguado, admitido. Lo que es Heim, nunca pasa por los rodeos, las redes, los tamices del reconocimiento. Ha permanecido unheimlich. Es el surgimiento de lo heimlich en el marco lo que constituye el fenómeno de la angustia, y por eso es falso decir que la angustia carece de objeto. Cuando algo surge ahí, lo que ocurre, es que la falta viene a faltar. Es este surgimiento de la falta bajo una forma positiva lo que es fuente de angustia.

La angustia de la pesadilla es experimentada como la angustia del goce del Otro.

Es que se trata de evitar lo que, en la angustia, es certeza horrible.

Freud nos dice que la angustia es un fenómeno de borde, una señal que se produce en el límite del yo cuando éste se ve amenazado por algo que no debe aparecer. Esto es el objeto a como resto aborrecido del Otro. [11]

IDENTIDADES

“Jorge Semprún cuenta en “El largo viaje” que el mismo día de la liberación decidió no ser un superviviente o un ex combatiente, rechazar esa identidad y hacerse otra más cómoda quizás, más a su gusto, y sin embargo hoy, con más de setenta años y toda una vida detrás que son tantas vidas y tantas identidades distintas, acaba de declarar que en el fondo se siente precisamente lo que tantas veces negó: un deportado de Buchenwald. Aquel sitio por el que pasó sólo fugazmente, que ocupó sólo un breve espacio de su larga e intensa vida, ha terminado por ser el que le ha proporcionado una identidad que nunca acabó de tener. […] desde que empezaste a reconocerte a ti misma como una superviviente (¿o tendría que decir aparecida o reaparecida?) te has sentido mucho más tranquila. […] ¿Acaso te has quedado como te aterraba quedarte: “colgada” de aquel recuerdo, “traumatizada”, marcada para siempre, carne eterna del diván del psicoanalista? Has luchado toda tu vida contra esto, contra la idea de convertirte en eterna víctima […] cuyos comportamientos siempre serán explicados en referencia a aquellos hechos pasados. Has mantenido esta postura por encima de todo, con un esfuerzo enorme. Renunciando a implicarte en declaraciones ante jueces y organismos, rechazando cualquier tipo de compensación. Fue tu orgullo, tu divisa y tu venganza. […] No soy una superviviente, no soy un fantasma. […] Sin embargo ahora ves los puntos débiles de esta posición. Se han quedado también con tu historia, con una parte que era tuya, y te han dejado a cambio un rencor y un resentimiento que te sobra, que te está matando.” [12]

Si a se llama a en nuestro discurso, es porque es lo que ya no se tiene. Por eso este a… se lo puede reencontrar por vía regresiva en la identificación, en forma de identificación con el ser.

“Comprendí que los lugares del torturador y de la víctima pueden llegar a ser intercambiables cuando los dos forman parte de la misma lógica. La lógica del “todo es posible”, “todo es necesario”. [13]

El deseo sádico, con todo lo que tiene de enigma, sólo es articulable a partir de la esquicia, la disociación, que apunta a introducir en el sujeto, el otro, imponiéndole hasta cierto límite algo imposible de tolerar. El límite exacto en que aparece en el sujeto una división, una hiancia, entre su existencia de sujeto y lo que soporta, lo que puede sufrir en su cuerpo.

No es tanto el sufrimiento del otro lo que se busca en la intención sádica, como su angustia. La angustia del otro, su existencia esencial como sujeto en relación con esa angustia, he aquí lo que el deseo sádico es un experto en hacer vibrar…

En el origen, el deseo como deseo del padre y la ley son una sola y misma cosa. Cuando el deseo y la ley se encuentran juntos, uno de los efectos que esto tiene es que el propio sujeto aparece en la función de deyecto (arrojado). Es nuestro objeto a, pero bajo la apariencia de lo deyectado, echado a los perros, a los despojos, a la basura, al desecho del objeto común.

Es uno de los aspectos con que puede aparecer el a tal como se ilustra en la perversión. [14]

“Hoy todo se invierte: la amnesia ya no me parece un triunfo, sino una derrota, temo haber cumplido el deseo de mis verdugos. “No digas nada de todo esto, olvídalo”. Hoy el recuerdo se ha convertido en mi venganza, de la misma forma que alguna vez lo fue el olvido.” [15] “Porque “no se tiene derecho a callar lo que es imposible de decir”, por eso estos apuntes son una batalla contra lo indecible.” [16] […] seguir intentando el momento único, fugaz y necesario en que una o varias palabras […] han tomado cuerpo, […] Ocurre muy poco, pero está ocurriendo todo el tiempo, es como una campanilla que se escucha de pronto en medio del murmullo general. […] Se trata de afinar el oído.” [17]

“No hay nada personal”, como suele decirse, y esto es algo más que una frase.-”                            



[1] Fainstein, Graciela; Detrás de los ojos, Icaria editorial, Bs. As., 2006.

[2] Págs. 17-18.

“[3] Pág. 27.

[4] Freud, Sigmund; El Yo y el Ello, Amorrortu Ed., Bs. As., 1992, T. XIX, Cap. II, pag. 27, nota 16.

[5] Carta 52, T. I, pág. 276.

[6] Detrás de los ojos, pág. 30.

[7] Ídem, pág. 31.

[8] Ídem, pág. 49-50.

[9] Lacan, Jacques; La Angustia, El Seminario, Libro 10, Bs. As., Ed. Paidós, 2006, Cap. V, pág. 74.

[10] Detrás de los ojos, pág. 129.

[11] La Angustia, págs. 52, 72-73, 86, 87, 132-133.                                                                   

[12] Detrás de los ojos, págs. 143-144.

[13] Hannah Arendt; La condición humana, Paidós, Bar­celona, [1958] 1993.

[14] Lacan, Jacques; La Angustia.

[15] Detrás de los ojos, pág. 175.

[16] Ídem, pág. 185.

[17] Ídem, pág. 186-187.

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