La perspectiva vincular en psicoanálisis
Oscar De Cristóforis
LA PERSPECTIVA VINCULAR EN PSICOANÁLISIS
Al estudiar determinados fenómenos psíquicos desde una perspectiva intersubjetiva (y no individual) sean estos pertenecientes al ámbito psicopatológico o no, se abren nuevas líneas de comprensión que inevitablemente redundan en beneficio de la teoría y de la clínica en general, y particularmente enriquecen los supuestos teóricos que sustentan el “psicoanálisis vincular”. La dimensión intersubjetiva permite por ejemplo, analizar, estudiar, la combinatoria de las posiciones en que permanentemente los sujetos tienden a ubicarse a sí mismos y a los demás, del sufrimiento y placer que ello provoca a los integrantes. (Por ej. en los celos). Inexorablemente todos ocupamos posiciones con respecto a otros en diferentes estructuras relacionales a lo largo de nuestra vida. Una de los innumerables alcances del psicoanálisis vincular es tratar de caracterizar dichas posiciones; y un instrumento idóneo es tratar de pensarlo desde el sistema narcisista. Y digo “sistema” porque apelaría a la manera netamente relacional en que puede entenderse este concepto teórico clave. Como sugerentemente señala H. Bleichmar un sistema que exige la existencia de por lo menos tres elementos: el que elige y dos que pueden compararse, y en donde se despliega permanentemente una lógica de la preferencia y el relegamiento. Se desea ocupar un lugar de privilegio para otro/s; por otro lado se otorgan atributos que representan esa preferencia. No basta la búsqueda personal para alcanzar determinada posición: hace falta en todos los casos lo que proviene del otro, ese suministro de reconocimiento, esa mirada del otro que en los orígenes será constitutiva y de la cual no podremos prescindir en nuestro decurso vital.
No es lo mismo decir: psicoanálisis de las configuraciones vinculares, psicoanálisis de los vínculos que perspectiva vincular en psicoanálisis.
En el primer caso se trata de pensar cómo el psicoanálisis puede ser un instrumento valioso, efectivo, potente, para estudiar los vínculos. Estaríamos casi en el ámbito de la “aplicación” (De ahí que algunos lo piensen como psicoanálisis aplicado, como se lo puede hacer con el arte, las instituciones, etc.).
En la segunda formulación se trata de pensar la mayoría de los conceptos psicoanalíticos desde un punto de vista diferente al tradicional, situándose en el individuo pero siempre (incluso desde antes de su nacimiento) en su relación, interacción con el otro (o los otros), con lo cual, cualquier tipo de configuración, instancia, estructura, aparato, psicopatología a la que el edificio teórico del psicoanálisis alude, pueda ser explicado desde el planteo “del ser con otro”, la vinculación entre individuos.
Y no se trata solamente de reformulaciones de conceptos nodales como inconsciente, pulsión, transferencia, narcisismo, aparato psíquico, sino también (y tal vez sea lo más interesante) del aporte de formulaciones originales que en esta manera de pensar se fueron agregando e imbricando con los primeros, tales como estructura familiar inconsciente, pactos y acuerdos inconscientes, contrato narcisista, pacto denegativo, interpenetración, intergeneracional, interfantasmatización, teoría de los tres espacios psíquicos, intersubjetividad, transmisión psíquica, transubjetividad, etc.
No son sólo conceptos sobre lo vincular: sino que se trata de considerar temas psicoanalíticos con el sesgo de lo vinculante, de un ser en constante contraste con el otro, o que debe correr las vicisitudes de esa alteridad.
Entonces, resumiendo:
Psicoanálisis de las configuraciones vinculares (o de los vínculos): se trataría de pensar el vínculo desde un modelo predominantemente psicoanalítico. Lo central sería “lo vincular” en toda su extensión.
Perspectiva psicoanalítica vincular (o perspectiva vincular en psicoanálisis): SE TRATARÍA DE PENSAR LOS TEMAS PSICOANALÍTICOS CONSIDERANDO SIEMPRE AL SUJETO EN SU RELACIÓN CON OTRO SUJETO (O SUJETOS) O UN YO CON OTROS YO, O UN APARATO PSÍQUICO CON OTRO APARATO PSÍQUICO. Y DE LAS CONSECUENCIAS QUE DE ELLO OCURREN.
Un individuo es alguien que es como es, por otros, con otros, a través de otros.
Creo que el meollo de la cuestión radica a qué aspecto se le da preferencia: si es al estudio de los vínculos humanos tratando de construir un marco conceptual a través de una clínica vincular, o si se lo toma como una manera diferente de pensar el edificio psicoanalítico, de rever los distintos conceptos fundamentales a través de otra óptica que llamamos “vincular”. No es lo mismo pensar cómo incluir la pulsión en el vínculo, que pensar lo pulsional siempre “entre” individuos, desde su constitución, montaje, despliegue, represión, etc.
También se pone en juego, por ejemplo, en la identificación. Los hijos se identifican con los padres (y fundamentalmente con uno de los dos) y lo hacen sobre aspectos muy variados: rasgos de conducta, carácter, ocupación, modismos, aspectos ideológicos, e incluso con el deseo inconsciente. Este proceso, altamente medular de la trasmisión psíquica, no se puede soslayar, por ejemplo, en la clínica con niños. Un psicoanalista de niños que trabaje con un enfoque vincular considerará los aspectos psicopatológicos de manera diferente de aquél que no lo considere de esa forma, e incluso su estrategia clínica será distinta.
VINCULARIDAD Y CORPORALIDAD.
Todo ser humano está en parte predeterminado (o complejamente conformado) por vínculos que lo preexisten a su nacimiento. Se comienza a estar “sujeto a la cultura” antes de nacer, y ese proceso se extiende a lo largo de toda la vida. Y cuando digo cultura abarco toda la producción humana que se vehiculiza por medio de los vínculos. No sobreviviríamos si no hubiera otro que nos reconozca en nuestra existencia.
La anatomía humana se construye según las ideas claras o confusas que cada cultura tiene sobre las funciones corporales.
Cada uno de nosotros llevamos la marca encarnada en nuestro cuerpo de los otros significativos que poblaron nuestra vida; a través de procesos identificatorios, introyecciones, imitaciones, transmisiones, etc.; pero que siempre se dirimen en los vínculos sostenidos.
El concepto de “contrato narcisista” de Piera Aulagnier es sumamente claro para explicar esta relación sujeto-cultura. Señala, entre otras cosas, que el vínculo que sostiene la pareja de padres con el hijo lleva siempre la huella de esa pareja con el medio social que habita, esa ideología, valores e ideales que comparte con su ambiente. Y ese discurso social se proyecta sobre el niño de la misma manera anticipada que el discurso parental. Es decir nacemos ya en un mar de palabras, de sentidos que nos preceden incluso antes de tener existencia real. Hay un lugar precatectizado. El grado de conflicto, o de salud, de esa pareja con respecto a su medio repercutirá directamente sobre el hijo , fundamentalmente en la manera que elaborará los enunciados identificatorios .
La madre pasa a ser el primer representante del Otro en la escena de lo real; el padre, en esta misma escena, es el primer representante de “los otros” o del “discurso de los otros” (del discurso del conjunto).
Con respecto a lo ideológico, al discurso paterno que ejerce notable influencia sobre el niño en crecimiento, P. Aulagnier señala en un párrafo de su libro “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”, la importancia de ciertas concepciones especiales referidas al cuerpo (al funcionamiento sexual, reproducción, enfermedades, etc.), de ciertas “certidumbres extrañas”, como las llama. Vale la pena citarla textualmente:
“En ciertos casos remiten a algo ya-oído en el discurso mantenido por los padres. Uno tiene la sensación de la existencia de una “concepción familiar” sobre el funcionamiento psicosomático, propia de los miembros que componen esta familia y aún de sus ascendientes directos. El niño ha hecho suyos, sin la menor crítica, ciertos enunciados del discurso mantenido sobre las condiciones necesarias para la vida del cuerpo. Se comprueba también que esos enunciados privilegian a menudo expresiones metafóricas (tener el corazón lento, comerse el hígado, quebrarse la cabeza…), y que la dimensión metafórica desaparece cuando el niño hace suyo el enunciado, aunque tal vez ya estaba ausente del discurso parental.” (Op. Cit. pág. 30. Ed. Amorrortu. 1986). Da luego un ejemplo clínico de cómo repercute en un paciente la metáfora “mala sangre”.
En estos párrafos P. Aulagnier está explicando las consecuencias del mecanismo de interpenetración entre un enunciado de valor significante, pronunciado por una voz particularmente investida, y la vivencia emocional del niño en el momento en que lo oye, en que queda “impresionado”.
Así como esta autora plantea una función psicotizante de un medio familiar para la posible instalación de una potencialidad psicótica, también creo que una familia a partir de enunciados identificatorios aberrantes en torno al cuerpo, o a esas certidumbres extrañas, puede instalar en un individuo una potencialidad “pluri-somatizante”, es decir tendiente a percibir el cuerpo como en “peligro constante a enfermarse”, a fijar crónicamente ciertas manifestaciones somáticas o a sellar cierto tipo de resolución de conflictos a través del cuerpo. A esto yo llamo “semantizaciones aberrantes en torno al cuerpo”
Los vínculos modelan el cuerpo
Desde los comienzos, en la relación madre-bebé se instala el placer erógeno del contacto. El cuerpito del bebé no sólo vive por el alimento que recibe. Las caricias, el contacto, el calor, la mirada, los olores, en fin, lo que W.Winnicott supo tan bien expresar a través de los conceptos de handling, para referirse a la manera adecuada de manipular y cuidar corporalmente al bebé y que favorece además, en su desarrollo espontáneo, el proceso de personalización; y el holding que marca la forma que la madre tiene para llevar y sostener, física y psicológicamente, a su bebé en estado de dependencia absoluta. Estas funciones nacen, para Winnicott, de la identificación de la madre con el recién nacido, que la lleva a adaptarse en forma eficiente a sus necesidades básicas. Tanto el handling como el holding son fundamentales para la integración, es decir, para que se establezca un self unitario, garante de la continuidad existencial.
EL CAMPO VINCULAR Y LAS CIENCIAS DE LA COMPLEJIDAD
Creo que desde hace ya un tiempo nuestras “conversaciones” sobre lo vincular están notablemente teñidas de conceptos que provienen de lo que hoy solemos llamar “ciencias de la complejidad”, es decir, de los nuevos paradigmas científicos que se oponen a la mayoría de las premisas de la modernidad, premisas que poco a poco van perdiendo validez o son fuertemente cuestionadas.
La complejidad es ante todo un paradigma -conjunto de técnicas, normas metodológicas, ideas filosóficas, etc. que junto con determinadas teorías dominan en el seno de una comunidad científica, y que ésta a su vez defiende, produce y transmite-; es además una forma de pensar el mundo; ejerce su poder en todos los ámbitos del discurso:
el semántico, el lógico y el ideológico.
El paradigma de la modernidad, positivista esencialmente (que aun hoy sostienen muchos) es fundamentalmente atomista, simplista, elemental e individualista; enfatiza lo interno, la objetivación, el aislamiento y la soledad individual; valora el determinismo de los fenómenos, la experiencia sensible, la verificación empírica, la lógica formal binaria, las concepciones esencialistas, aisladas (no vinculares) y estáticas.
En cambio, el paradigma emergente es relacional, sistémico, enfatiza la red de relaciones en que nacen y se desarrollan las cosas, las personas, los eventos. Las partes de un todo y sus propiedades solo adquieren sentido en la interacción y por relación a la organización total (hipótesis de identidad dinámica). La totalidad compleja no puede explicarse por sus componentes. Cada sistema está abierto en interacción con su medio. El universo se visualiza como un entramado relacional. Las preguntas sobre las causas dejan paso a la idea de “condiciones de emergencia”, es decir, factores coproductores que se relacionan con la aparición de la novedad.
Para la modernidad el mundo se podía conocer con certeza objetiva. Hoy decimos que las ideas, conceptos, recuerdos surgen del intercambio, de la interacción social y son mediatizados por el lenguaje. Todo conocimiento evoluciona en el espacio entre las personas. Desde los “juegos del lenguaje” (Ludwig Wittgenstein), los grupos y las personas construyen formas de vida personal y social. Se pone el énfasis en las redes de relación más que en los individuos. El sentimiento de identidad se desarrolla en permanente conversación con sus íntimos
Como claramente lo expresa Francisco Varela (epistemólogo chileno), cada época de la historia humana produce a través de sus prácticas sociales cotidianas y su lenguaje, una estructura imaginaria. Agrega que la ciencia forma parte de esas prácticas sociales, y las ideas científicas acerca de la naturaleza (o la realidad) constituyen una dimensión de esta estructura imaginaria, Así, la imaginación científica sufre mutaciones radicales de una época a otra y se parece más a una epopeya novelística que a un progreso lineal. Inclusive la creencia, que en general siempre la diferenciamos del pensamiento científico por prescindir de la confrontación con la realidad y la emparentamos con la ilusión (en el sentido de percepción real alterada, de apariencia engañosa) está fuertemente marcada por el sello epocal.
La enumeración de los nuevos aportes podría, por supuesto, continuar. Lo que quiero destacar es que cada uno de estas características citadas tiene una incidencia directa sobre la manera en que hoy estamos pensando los procesos vinculares (que son a la vez sociales, culturales, históricos, políticos…)
La sociedad no puede explicarse solamente por las características de los individuos que la componen sino por la organización relacional y transformadora que esos mismos individuos hacen emerger. Los procesos sociales son, entonces, organizacionales (E.Morin), procesos de estructuración (A.Giddens); procesos de configuración (N.Elias). Son modelos que sostienen lo fluido, la constante creación de nuevos sentidos, que eliminan la rigidez y estabilidad; que dejan paso al azar, a lo impredecible, a la incertidumbre.
Siguiendo esa línea de pensamiento me parece importante entrecruzarlo con los aportes de C. Castoriadis sobre la cuestión del imaginario social instituyente.
Es imposible no tomar en cuenta lo social histórico, tanto para la filosofía como para el psicoanálisis.
El lenguaje no puede ser otra cosa que la creación espontánea de un colectivo humano. Lo mismo vale para las instituciones primordiales, sin las cuales no hay vida social, por lo tanto tampoco seres humanos.
El pensamiento presupone al lenguaje y el lenguaje es imposible fuera de lo social. El pensamiento es esencialmente histórico, cada manifestación del mismo es un momento en un encadenamiento histórico y es también su expresión. De la misma manera, el pensamiento es esencialmente social, cada una de sus manifestaciones es un momento del medio social; procede, actúa sobre él, lo expresa, sin ser reducible a ese hecho.
Lo social histórico constituye la condición de la existencia del pensamiento y la reflexión. Esta condición no es “exterior”, sino “intrínseca”: es una condición que participa activamente de la existencia de aquello que condiciona.
El individuo que el psicoanálisis encuentra es siempre un individuo socializado lo mismo que el individuo que lo practica, (es decir ambos atravesados por la cultura}. Yo (moi), superyó, ideal del yo, son impensables, salvo en tanto productos ( a lo sumo coproducidos) del proceso de socialización.
No hay oposición individuo-sociedad, el individuo es una creación social. La verdadera polaridad es sociedad/psique.
La socialización no es una simple operación de adjuntar elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que si existe en la realidad efectiva. El sujeto se constituye como sujeto en la trama social en que habita. “Es solo en y a través de lo social que un sujeto y una intersubjetividad se vuelven posibles. Lo social es el colectivo anónimo siempre ya instituido en y a través del cual los sujetos pueden aparecer”.
¿Cómo pensar, entonces, la diferencia entre condiciones de producción de subjetividad [todo aquello que hace a la construcción social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica inscriptos en un espacio y tiempo histórico-político] y constitución del psiquismo, sin perder de vista ese entramado constitutivo?
Además, conceptos como “sistema”, “organización”, “emergencia” a la luz del paradigma de la complejidad, me parecen sumamente operativos y de suma riqueza para entrecruzarlo con las reflexiones que venimos produciendo acerca de lo vincular.
Según E. Morin un sistema es una unidad global organizada de interrelaciones, acciones o individuos. Hay que destacar ese pasaje de la interacción a la organización. La primera y fundamental complejidad del sistema es asociar en sí la idea de unidad, por una parte, y la de diversidad o multiplicidad por la otra. El sistema asocia de manera compleja unidad y diversidad. (Pensemos la riqueza que esto puede tener al aplicarlo por ejemplo al vínculo de pareja) Cuando decimos ‘el todo es más que la suma de las partes” el más significa una cualidad organizacional nueva es una emergencia, un efecto de organización. Desde una red compleja de interacciones emergen acontecimientos que no son el resultado directo de una causa sino el producto de esa multiplicidad de interacciones. Las emergencias son propiedades de la globalidad que surgen a partir de la integración; son un rasgo de la totalidad, pero no son la totalidad. A su vez el todo es menos que la suma de las partes: los componentes de un sistema no pueden adoptar todos los estados posibles del sistema del que participan. La combinatoria o la organización de las partes introducen constricciones internas que suprimen o inhiben cualidades o propiedades que las partes poseen o que disponen por separado. La relación partes-todo es recursiva, co-organizadora, co-dependiente (así podemos pensar la sociedad, como proceso recursivo).
“La idea de unidad compleja va a tomar densidad si presentimos que no podemos reducir ni el todo a las partes, ni las partes al todo, ni lo uno a lo múltiple, ni lo múltiple a lo uno, sino que es preciso que intentemos concebir juntas, de forma a la vez complementaria y antagonista, las nociones de todo y de partes, de uno y de diverso” (E. Morin, El Método, cap. I)
El otro concepto clave es el de organización: “es la disposición de relaciones entre componentes o individuos que produce una unidad compleja o sistema, dotado de cualidades desconocidas en el nivel de los componentes o individuos” (E. Morin, “El Método”). La organización pues, transforma, produce, reúne, mantiene…
Para E. Morin el sistema ha tornado el lugar del objeto simple y sustancial, y es rebelde a la reducción de sus elementos. Agrega que siempre se ha tratado a los sistemas como objetos, y que en adelante se trata de concebir los objetos como sistemas. (Nótese la importancia de esta idea para nuestras polémicas conversaciones sobre las “relaciones objetales”).
SOBRE LO VINCULAR
Tanto la pareja, como la familia, son un campo de interacción constante y de alta complejidad que lo convierte en una reiterada fuente de conflictos, desestabilización emocional y malestar psíquico. Por eso se hace necesario, con frecuencia, operar sobre esos vínculos. Y en ese sentido los encuadres multipersonales permiten trabajar sobre variables, conflictos, producciones que solo dichos encuadres activan (o promueven) y que además intentan paliar el sufrimiento de todos los individuos comprometidos (y no el de uno solo de ellos).
El vínculo de transferencia muestra como un otro -el analista- es necesario para que se despliegue y sea reconocido en uno la extrañeza radical del inconsciente. (R. Kaes) Es a través de las vicisitudes que plantea la alteridad intersubjetiva donde se labora (produce-fabrica) permanentemente, subjetividad.
Por supuesto que no se trata de Psicoanálisis aplicado y tal vez sea limitado llamar ampliación ya que si bien la clínica con dispositivos vinculares agrega pacientes pareja, familia, grupo, binomios, también reenvía permanentemente cuestionamientos y hace plantear revisiones en los paradigmas teóricos y metodológicos del psicoanálisis, por eso no solamente se agregan conceptos, muchos de ellos se modifican, se resignifican, se amplían o pasan a tener una consistencia distinta.
Podríamos pensar que es un enfoque, una perspectiva diferente, como lo fue en su momento el estructuralista (y en algunos casos lo sigue siendo), una forma distinta de posicionarse frente a determinados conceptos fundamentales, donde se recuperarían todos los aportes valiosos que conforman el cuerpo teórico del psicoanálisis para dimensionarlos desde una perspectiva intersubjetiva.
La clínica de los encuadres multipersonales sería el “laboratorio” desde donde se fundamentaría esta posición.
LA IMPORTANCIA DEL OTRO
Todo lo que se representa el yo incluye, abarca, comprende sus vivencias con otro/s. Cultura, lenguaje, cuerpo, serían imposibles sin los otros que nos rodean desde el principio de nuestras vidas. Nuestro psiquismo, nuestra subjetividad , nuestra existencia nace y se conforma en un contexto vincular.( ¿No es acaso pertinente entonces además de ver como se ha visto en el psicoanálisis “clásico” la estructura y funcionamiento psíquicos posicionándose en un individuo, tener también una mirada de “conjunto”, que abarque desde cómo se construye lo psíquico y más aún, la subjetividad toda, y como se transforma constantemente a través de los permanentes intercambios con los otros, que no cesan hasta la muerte y que hasta podríamos decir que a veces la trasciende?)
Tal vez otras ramas del quehacer humano hayan pasado o transiten situaciones parecidas a esto que tratamos enfocar con el concepto “vincular” en psicoanálisis: un profundo esfuerzo por estudiar los elementos constitutivos de un fenómeno, de aislarlo para su mejor comprensión y luego tener que hacer un nuevo esfuerzo para verlo funcionando nuevamente en el conjunto, reunido, relacionado
Podríamos señalar básicamente tres categorías de existencia del otro en uno:
*el otro real en sí; ese que es para siempre inalcanzable (ajenidad radical-Lo REAL en Lacan);
*el otro puramente imaginario (un otro construido básicamente en función del narcisismo)
*el otro que se dirige a mí, que pretende algo de mí; que a pesar de ser inaprensible, a pesar del intento de reducirlo a mi subjetividad, se impone con su alteridad (y por lo tanto me modifica lo acepte o no); que agrega una categoría que sería la del mensaje, además de aquellas de la realidad material y la realidad psíquica.
O entenderlo con las tres dimensiones que plantea Lacan:
# Lo real: ese otro que será siempre incognoscible;
# Lo imaginario; ese otro básicamente especular, egocéntrico;
# Lo simbólico, ese otro que me construye la cultura que va más allá de lo que cada uno percibe o imagina de su partenaire.