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Histeria y Feminidad

“Semivíctimas, semicómplices, como todo el mundo”.  P.Sartre

Si la identificación es posible sólo a partir de ese símbolo único que es el falo, ¿habrá que concluir de ello que no existe sino un solo sexo?

¿Es entonces a ese privilegio de significante al que apunta Freud al sugerir que tal vez no hay más que una libido y que está marcada con el signo masculino?

La carencia de un significante de la feminidad independiente de la significación fálica, constituye lo específico de la castración de una mujer.

Esto es lo que está expresado en la lógica de las fórmulas de la sexuación propuestas por Lacan.[1]

Lo que del lado del hombre vale como interdicción de un goce, encarnado en la figura del padre primitivo, del lado mujer no funciona del mismo modo, ya que no es lo mismo partir del temor a perder que del deseo de tener.

Puesto que la función del límite está negada del lado mujer, de eso se deriva una relación con el goce diferente a la que rige del lado hombre. Si bien las mujeres participan del goce fálico, en cambio tienen una relación distinta con aquello que le pone límite. El Otro goce que el goce fálico, ese goce que tiene relación con el goce del Otro, figurado por el padre de la horda primitiva, no está excluido del campo, por imposible que resulte. Que ese goce suplementario esté del lado mujer, no quiere decir que el hombre no pueda alcanzarlo, como tampoco que las mujeres no estén ordenadas en el goce fálico. Por el contrario, ambos lados representan la escisión misma de todo sujeto. Así, el Otro sexo, La Mujer, está por fuera del goce fálico y tiene una relación al Otro goce. La mujer que es no-toda, está dividida. Ella apunta al falo como atributo de su compañero, pero la otra dirección de su deseo se orienta hacia el S(A), la ausencia de la que ella goza.

Esa particularidad define el destino femenino, que se ubica en el punto de confluencia entre el goce fálico y el Otro goce. Es en la medida en que existe una indeterminación del significante “mujer”, que la mujer no-toda es en el goce fálico.

La pasividad femenina

No sólo es insuficiente sino además inadecuado trazar una correlación entre masculino / activo y femenino / pasivo. Lo activo y lo pasivo no son calificativos de lo masculino y lo femenino.

“Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad, ya que es necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva. Quizás ocurra que desde el modo de participación de la mujer en la función sexual se difunda a otras esferas de su vida la preferencia por una conducta pasiva y aspiraciones de meta pasiva[…]”[2]. La vida sexual se presenta entonces como el paradigma que irradia la vida en general. “Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de actividad. Ahora prevalece la pasividad[…] Cuando no es mucho lo que a raíz de ello se pierde por represión, esa feminidad puede resultar normal”2.

Si en principio hay una posición pasiva (goce del Otro), luego una posición activa (goce fálico), el retorno a una posición pasiva (Otro goce) es ese tercer tiempo que, si bien define en sí a la feminidad, no deja de ser contingente.

La vía pasiva consiste en hacerse el objeto del deseo (identificación con el falo) y la vía activa se resume en buscar al Otro (una identificación con tener el falo). Por eso las vías pasivas o activas pueden ser asociadas con lo femenino y lo masculino, sin que estos términos tengan relación directa con el sexo anatómico. Esta rareza, que la práctica analítica permite verificar, hace del deseo sexual un deseo articulado con el significante, en tanto no conoce otro símbolo que el falo.

Aunque sabemos que “su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión[…], esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces, como se dice, auténticamente femenino”3.

Sin embargo la mujer puede volver a la pasividad como resultado de una actividad diferente del masoquismo y así encubrir y cristalizar la causa del deseo del otro. Pasividad engañosa porque enmascara el deseo con el que una mujer apuesta en el juego del amor.

Porque una mujer está capturada en el lugar mismo de la causa del deseo, ella es el síntoma de un hombre. Recíprocamente, el hombre es para la mujer un estrago porque la toma por causa de lo que ella soporta.

Ser la causa del deseo de un hombre, soportar su fantasma no basta aún para acceder al goce que es propio de la mujer. Si el goce suplementario de la mujer depende del fantasma que ella encarna para un hombre, estará siempre mal sostenido en relación al goce fálico.

“Tal es la mujer detrás de su velo: es la ausencia de pene la que la hace falo, objeto del deseo. Evocad esa ausencia de una manera más precisa haciéndole llevar un lindo postizo bajo un disfraz de baile, y me diréis qué tal, o más bien me lo dirá ella: el efecto está garantizado 100%, queremos decir, ante hombres sin ambages”4.

Lo que busca el deseo del hombre es que la mujer pase a cumplir la función de ese objeto parcial, y aún de ese fetiche, que causa su deseo.

“Pero el resultado para la mujer sigue siendo que convergen sobre el mismo objeto una experiencia de amor que como tal la priva idealmente de lo que da, y un deseo que encuentra en él su significante.”5

Es esa falta de complementariedad entre el deseo del hombre y el suyo propio lo que las mujeres suelen poner de manifiesto en los síntomas, pues esa circunstancia las coloca en la disyuntiva de representar un objeto al que si llegaran a identificarse perderían la condición de su propio goce.

Histeria y feminidad

Si la posición femenina se distingue de la histérica es por la diferente tramitación de la inexistencia de la relación sexual, ya que es la propia función fálica la que pone obstáculo a esa relación.

¿Cómo aceptar que no hay saber sobre el objeto ni significante que la nomine? ¿Cómo enfrentar ese punto de real que es el S(A)?. La histérica prefiere aún su síntoma. Hacer de suerte que el Otro quede no barrado, que el padre continúe gozando, preservado.

Ella goza del trauma mismo: identificada al S(A), se desposee como sujeto. Barrada como sujeto, no tiene otra salida que esforzada en el lugar del objeto.

“Lo que tampoco puede ser es que la división, el desgarramiento sintomático de la histérica se motive como producción de saber. Su verdad es que le es preciso ser el objeto a para ser deseada. El objeto a es poca cosa a fin de cuentas, aunque, por supuesto, los hombres se vuelven locos por él y ni se les ocurre poder conformarse con otra cosa. Otro signo de la impotencia que recubre a la más sutil de las imposibilidades.”6

El problema es, en el fondo, aceptarse como el objeto del deseo del hombre. La histérica intenta sustraerse al goce del hombre. Ella pretende sustraerse del juego de ese goce que lo deja a la Otra, La mujer. Sin embargo, así juega su partida, encarnando lo que le falta al goce del hombre, encarnando su límite. Y ésa es su manera de denunciar también el carácter limitado del goce fálico, lo demasiado poco si se considera lo absoluto de un goce que ella preserva en el horizonte. Ese límite es la castración del hombre como verdad que ella encarna.

Se dirá que no es necesario que ella pague con su síntoma el precio de colocarse en el punto de desfallecimiento que un hombre encuentra con la castración.

¿Qué condiciones suponemos que deberían cumplirse para que pudiera habitar ese lugar al que es convocada desde el deseo del hombre sin constituir allí un síntoma?

“El ser no-toda en la función fálica no quiere decir que no lo esté del todo[…]. Pero hay algo de más[…]. Hay un goce del cuerpo que está más allá del falo[…]. Hay un goce suyo del cual quizás nada sabe ella misma, a no ser que lo siente. Lo sabe desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas.” 7

“A que haya mujeres, el psicoanalista puede contribuir escuchando la queja histérica de otro modo que bajo la forma petrificada del síntoma.” 8

Si la demanda al Padre la interpretamos meramente como envidia fálica, perdemos de vista lo que es esencialmente femenino: la demanda del significante faltante que la haría mujer.

En el artículo “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, precisamente en el apartado titulado “De desconocimientos y prejuicios”, Lacan dice:

“Conviene preguntar si la mediación fálica drena todo lo que puede manifestarse de pulsional en la mujer, y principalmente toda la corriente del instinto materno. ¿Por qué no establecer aquí que el hecho de que todo lo que es analizable sea sexual no implica que todo lo sexual sea accesible al análisis? Y de reconocer a la vez que el analista está tan expuesto como cualquier otro a un prejuicio sobre el sexo, fuera de lo que le descubre el inconsciente”. 9

Esto implica consentir en que una parte de su ser permanezca no simbolizada –parte de la que el objeto a es lugarteniente- a fin de dejarla servir para causar el deseo del hombre, con lo cual ella tendrá acceso a esa ausencia de sí misma de la que goza. Sin que esto implique que con este objeto se identifique. A esta identificación corresponde más bien la posición sacrificial de la histérica. La posición femenina supone, en cambio, ser ese objeto a título del semblante, como el analista. Dar apariencia a la causa del deseo en ese momento en que el falo alcanza su límite, no es de ningún modo una “falsa feminidad” sino la única posibilidad que queda ofrecida en ese punto de desfallecimiento del Nombre del Padre. Allí está convocada una mujer que acepte jugar el juego del amor.-

 


[1] Lacan, Jacques: El Seminario. Aún. Libro 20, Paidós, Barcelona, 1981, cap.VII, pág. 95. Ver el cuadro donde figuran las fórmulas de la sexuación. A la derecha, la parte llamada mujer de los seres que hablan, y a la izquierda, la parte llamada hombre.

[2] Freud, Sigmund: “La feminidad”, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, en

O.C., Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1991, T.XX , pág. 107.

2 Idem, pág. 119

3 Idem, pág. 107.

4 Lacan, Jacques: “La subversión del sujeto”, en Escritos I, Siglo Veintiuno editores, México, 1980, pág. 337.

5 Lacan, J.: “La significación del falo”, pág. 288, op.cit.

6 Lacan, J.: El Seminario, Libro XVII, “El envés del psicoanálisis”, op. cit, cap.XII, pág. 190.

7 Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aún, op. cit.

8 Millot, C.: Nobodaddy. La histeria en el siglo. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.

9 Lacan, J.: Escritos 1, op. cit.

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